Este hecho, que Caterina Camastra ha estado rumiando desde entonces, nos parece ahora, en nuestro reino de la memoria corta, lejano como los días de la elección... Caterina propuso este texto a un medio de comunicación que le respondió que ya no era de interés.
Nosotros entendemos la lógica de la inmediatez informativa. Y como afortunadamente esa inmediatez al Observatorio no le pesa, hemos decidido publicarlo nosotros dentro de este espacio que abrimos para presentar reflexiones sobre nuestro cotidiano y nuestra memoria y que inauguramos con el texto sobre el salinismo y el TLC.
¿Qué tiene que ver un personaje como el "Junior gatillero" con el análisis desde lo cultural?
Dice Caterina: "La situación que estamos viviendo, entre la impunidad generalizada y descarada, por un lado, y el apoteosis de la violencia como medio de afirmación, por el otro, es especialmente propicia a que este tipo de basuras salgan libre, descontrolada y peligrosamente a flote. Los que se sienten muy hombres por presumir una fusca en lo que tuercen la cara en una muequilla barata de duro de telenovela. Los de la mirada vacua detrás de los lentes de sol, los que creen que valen como seres humanos por su poder de amenaza y de adquisición."
En el Observatorio hemos tratado de hacer visible la relación existente entre pobreza simbólica, carencia de expectativas culturales, y violencia, autoritarismo, imposición.
Pensemos en eso ahora que cierto estilo de poder, el del revolucionarismo que Salinas "modernizó" y dotó de camisas de diseñador y lentes oscuros, está de regreso. Y en Veracruz se siente.
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Jovenazo, fusca y carrazo
Caterina Camastra
Siempre he pensado
que una de las categorías humanas más dañinas, amén de
insufribles, es el jovenazo en su carrazo. Me refiero al vástago de
familia rica, o que tal quisiera ser, presumiendo su superior
potencia a través de un vehículo del modelo más último que se
pueda, con todos los cilindros que la tecnología de punta pueda
meterle a un motor, manejando con cierto raudo desprecio hacia las
normas de tránsito y consecuente peligro para todas las demás
formas de vida que compartan o, peor, se atraviesen en su camino.
También son peligrosos para sí mismos, aunque por lo visto no lo
suficiente, quizás, como para librarnos del engorro de lidiar con su
presencia.
A veces el jovenazo
añade otro accessorio a las pruebas de su virilidad, es decir, una
pistola, o fusca como se le conoce coloquialmente en México; tengo
la impresión, según lo que he oído, que decir fusca llena
la boca del aprendiz armígero y carga el objeto de connotaciones
relativas, justamente, a la jactancia, el lucimiento, el poder y el
amago, las que aquí nos incumben. Pablo Neruda alguna vez así habló
de México “florido y espinudo”: “El México de aquel tiempo
era más pistolista que pistolero. Había un culto al revólver, un
fetichismo de la 'cuarenta y cinco'. Los pistolones salían a relucir
constantemente [...] Era más fácil extraerle un diente a un
mexicano que su queridísima arma de fuego”. Con el mismo tono
ligero nos cuenta de cómo convenció a una reunión de poetas a
desprenderse – temporalmente – de sus armas, “en nombre de la
poesía y de la paz”. “Pienso que he sido el único poeta en cuyo
honor se ha compuesto una antología de pistolas”, sigue sonriendo
don Pablo.
Sin
embargo, las imágenes de pistolas a las que aquí me refiero puede
que sean tristemente folclóricas, mas sin duda bastante menos
simpáticas que las que nos pinta el poeta en su diario de viaje.
Será porque vienen desprovistas tanto de encanto literario, cuanto
de la pátina reconfortante de la distancia cronológica y la
estampita de costumbres nacionales. Recuerdo, una noche de hace
algunos años, haber sido testigo al margen de una de estas
exhibiciones. En alguna avenida de Xalapa, afuera de una tienda que
por la hora nocturna ya solo despachaba por la ventanita, los
jovenazos tripulantes de una camioneta de golpe y rumbo se liaron con
algún batalloncito enemigo en alguna discusión intrascendente, de
cuyo tema no quiero acordarme. Recuerdo, eso sí, uno de los
valientes levantarse la camisa, dejando ver, entre barriguilla
chelera y cinturón, la cacha de una pistola (perdón, fusca)
atravesada en los pantalones. No recuerdo los rasgos del fulano, pero
sí su expresión, una mueca torcida de presumida estupidez. No he
olvidado en años la sensación de disgusto y pena ajena que me
provocó esa expresión. Eres patético amén de imbécil, hubiera
querido decirle al
hombrecillo ese. No dije nada porque, como sea, una pistola es una
pistola y no por estar en manos de un cretino es menos peligrosa,
antes todo lo contrario.
Me
he estado acordando mucho de esa anécdota porque recién he vuelto a
ver la misma mueca, en esta foto:
Las fotos presentadas en este post han sido tomadas de la red. |
Lo conocemos, es Juan Pablo Franzoni Martínez, el “junior
gatillero” como ha sido llamado, quien el pasado 7 de julio aventó
desde un balcón una silla sobre una manifestación de protesta por
el fraude electoral, y acto seguido amagó a los manifestantes con
una pistola. Fue detenido, y nos ha gustado la otra foto,
Las fotos presentadas en este post han sido tomadas de la red. |
donde se lo llevan con los pantalones bajados y la hombría hecha
trizas; sin embargo, no está de más recordar que no ha pasado
siquiera una noche en prisión y que salir libre le ha costado la
ridiculez de 1,700 pesos. Franzoni está vinculado a la organización
priísta Juventud Dinámica, que obviamente ha tratado de negarlo,
sin mucha credibilidad que digamos (véase, por ejemplo, el
análisis de Víctor Hernández publicado en el 5antuario.org).
Probablemente
el hecho haya representado un fastidio, aunque menor, para el PRI
ante la opinión pública, y chance hasta una regañiza, salpimentada
con uno que otro codazo cómplice, le haya tocado al junior
pistolista por parte de sus compas del partido. Sin embargo, mi punto
– y preocupación y miedo – es otro. Franzoni no es de los
enemigos inteligentes, pero eso no lo hace menos dañino. La
situación que estamos viviendo, entre la impunidad generalizada y
descarada, por un lado, y el apoteosis de la violencia como medio de
afirmación, por el otro, es especialmente propicia a que este tipo
de basuras salgan libre, descontrolada y peligrosamente a flote. Los
que se sienten muy hombres por presumir una fusca en lo que tuercen
la cara en una muequilla barata de duro de telenovela. Los de la
mirada vacua detrás de los lentes de sol, los que creen que valen
como seres humanos por su poder de amenaza y de adquisición –
ignoro qué coche traiga nuestro gatillero, pero sospecho que no se
trata de un modesto carrito o una camioneta vieja, y algo me dice que
al volante no ha de ser un dechado de civismo. Franzoni representa
una cultura y un modus operandi que,
esos sí, son un peligro para México y para el mundo entero.
Recuerdo
otra anécdota que me contó un amigo de Morelia, al preguntarle yo
qué efectos reales y tangibles sobre su propia vida cotidiana tenía
la situación de violencia ligada al narcotráfico en la ciudad. Me
dijo mi amigo que había renunciado a salir a tomarse una cerveza,
porque a los mismos bares van a divertirse los jóvenes sicarios,
quienes por nada – o por diversión, justamente – sacan a relucir
sus armas y alegremente disparan. No estamos hablando de ningún gran
jefe de cártel, o ni siquiera de narcos rasos en – digamos – el
desempeño de su chamba; de la misma manera, Franzoni no es ningún
Chupacabras mayor, ningún Salinas de Gortari, vaya, ni siquiera un
modesto Peña Nieto, o un pequeño funcionario en tareas de campaña
o propaganda (tales como amagar a los votantes afuera de una casilla,
por ejemplo). Estaba en un restaurante cuando sacó su fusca, justo
como los jóvenes sicarios morelianos sacan las suyas en los bares de
su ciudad. El machismo gatillero es peligroso en todos sus niveles,
desde las cumbres de la estrategia hasta las simas de la sinrazón.
No es que las mujeres sean inmunes a este tipo de actitudes;
sin embargo, por cuestiones históricas y culturales, suelen lucir su
estupidez de otras maneras. Festejando a esta clase de especímenes
masculinos, por ejemplo, como la risueña acompañante de Franzoni en
otra de las fotos de ese día.
Las fotos presentadas en este post han sido tomadas de la red. |
¿Qué hacemos?
Decirles a estos tipos cuán patéticos nos parecen y cuán miserable
se nos figura su vida, aunque se antoje, no es una opción viable.
Por lo pronto, hay que extremar precauciones y cuidarnos mucho los
unos a los otros, en un ejercicio de comunidad en especial alerta.
Más a largo plazo, hay que seguir trabajando en la promoción de
actitudes y prácticas sociales que destierren el recio fantasma del
México pistolista de nuestra vida cotidiana.
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