Este texto fue publicado en el libro Liberty, liberté, libertad. El mundo hispánico en la era de las revoluciones coordinado por Alberto Ramos Santana y Alberto Romero Ferrer y editado por la Universidad de Cádiz, 2010.
Caterina habla en este texto sobre la construcción de estereotipos nacionales, fuente del folklore que opera el Estado Nacional al construir la noción de Patria. La China y el Charro, el Chinaco, quienes con su salero y simplicidad defienden el orgullo nacional frente a los ridículos extranjeros que quieren mancillar nuestra tierra (v.gr. los franceses) representan estas figuras de lo popular que son dotadas de un sentido político a través de su instrumentación literaria, musical, escénica... Operación que también podemos observar en lo ocurrido durante el s. XX con otras memorias y tradiciones, como el son jarocho. Tema que ya hemos tocado en este espacio.
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Imágenes literarias del nacionalismo mexicano después de la Independencia: Guillermo Prieto y el abrazo de la musa callejera
Caterina Camastra
(PRIMERA DE SEIS ENTREGAS)
Chinaco y China |
Entre
el grupo de liberales que triunfaron con el juarismo en 1867,
Guillermo Prieto es quizás el que con más entusiasmo recurre a la
retórica de lo popular en su esfuerzo de contribuir a un proyecto
cultural nacionalista. Ya desde 1836 había fundado, junto con José
María Lacunza, la Academia de Letrán, «institución [...] que se
había propuesto la tarea de ‘mexicanizar la literatura,
emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar’»1.
Varios años después, entre noviembre de 1867 y abril de 1868,
participó en las veladas literarias promovidas por Ignacio Manuel
Altamirano, que desembocaron en 1869 en la fundación de la revista
El Renacimiento.
La cuestión de la literatura nacional era, para ese grupo de
intelectuales, crucial. El mismo Altamirano escribió acerca del
valor simbólico, y por ende político, de la obra poética de su
compañero Guillermo Prieto, en términos que sitúan inmediatamente
el horizonte del discurso: «formar la verdadera nacionalidad» y
«dar a las masas el conocimento de su verdadero valor»2.
González habla del «furor por ser de su tiempo y de su tierra» de
este grupo de intelectuales: «En las veladas y en la revista [...]
se procuró hacer una literatura nacional [...] mediante la práctica
de temas autóctonos, el uso de vocablos indígenas y modismos
populares»3.
Musa Callejera. Poesías festivas
nacionales por Fidel, de Guillermo Prieto, se publica en 1883, y
la novela de Manuel Payno Los bandidos de Río Frío en 1889.
Ambas obras se pueden ubicar en la corriente del costumbrismo
romántico mexicano4
y ven la luz hacia fin de siglo, lo cual implica que la visión
ideológica que expresan pertenece a la madurez de los dos autores y
puede considerarse, en cierta forma, un resumen retrospectivo de su
punto de vista. Payno y Prieto fueron compañeros de filiación
política y de camino, y ambos creyeron en la necesidad de la puesta
en marcha de un proyecto de nación, de la invención de una
tradición, aunque ellos mismos nunca hubieran utilizado
semejante expresión.
En las dos obras mencionadas se puede
notar una diferencia de actitud sutil y sin embargo importante. «El
temperamento de Payno le impuso a su confesado liberalismo un tinte
moderado», señala Zoraida Vázquez5.
La mirada del autor implícito en Los Bandidos hacia la fiesta
popular de los arrabales urbanos oscila entre la fascinación y la
condena, entre la atracción y el rechazo. Tal como Evaristo el
bandido, a pesar de su alma negra, es atractivo, buen bailador y
hábil artesano, el fandango, es decir, la fiesta y baile popular por
excelencia, es espacio de vicio y degeneración, pero también de
habilidad musical, poética y dancística, y por cierto, ¡qué
lindas las pantorrillas de las chinas bailando! El autor implícito
no puede evitar asomarse a la puerta de la pulquería Los Pelos,
Ciudad de México, o del Otel de los Tapatíos, feria de San
Juan de los Lagos, y tal vez hasta entrar y ceder a la tentación de
unas chalupitas y una jarra de pulque, después de describirlas con
tanto cariñoso detenimiento.
En cambio, la actitud del yo poético
en Musa callejera es de entusiasmo romántico sin reservas, y
disposición a incluir la fiesta y los tipos populares entre los
símbolos de orgullo nacional. La pretensión de «encarnar la
opinión popular, ‘callejera’, [...] constituyó, ya en las
últimas décadas del siglo, uno de los más importantes índices de
legitimidad a nivel del discurso político», acota Montero6.
Muchas de las composiciones incluidas en el poemario ilustran tal
propósito. La siguiente estrofa da comienzo a un poema especialmente
emblemático, «El túnico y el zagalejo»:
La del cabello encrespado,
la de delgada cintura,
la de sagaz travesura
en el mirar seductor;
la linda china poblana,
más linda que las estrellas,
¿quién quitó a tus formas bellas
el insurgente castor?7
La
alegoría femenina de la patria8
no es nada nuevo en la iconografía que a todos nos es familiar.
Tampoco lo es la alegoría femenina de la libertad. Que me perdone
don Guillermo por sacar a colación a sus enemigos simbólicos, pero
la referencia que primero me salta a la mente es el famoso cuadro de
Eugène Delacroix que retrata a la libertad que guía el pueblo en
las barricadas. Regresando a un ejemplo mexicano, dice el mismo
Prieto acerca del cuadro Constitución
del 57, de Petronilo Monroy: «con su
cabello rizado y flotante, su frente abierta al pensamiento y al
amor, sus negros ojos como dos abismos de ébano [...] y ese color
apiñonado y delicioso que sólo se matiza con las auroras y se fija
en las mejillas de nuestras bellas»9.
En esta tónica idealizadora, totalmente romántica, la belleza
nacional mexicana es mestiza, de cabello encrespado y color mezclado.
En efecto, ése es uno de los significados de la palabra chino
y, en mi opinión, el origen más
probable de la definición de china
poblana. «Chino.
Rizo de pelo. [...] Genéricamente se dice del descendiente de padres
de sangres distintas no europeas, en toda la América», reza el
Diccionario de mejicanismos de
Santamaría10.
«Chino. (Del
mejicano chinoa,
tostado, por alusión al color de la piel). América. Dícese del
descendiente de india y zambo o de indio y zamba»,
nos informa la edición del Diccionario
de la Real Academia Española 189911.
El uso como calificativo cariñoso (mi
chino, mi
china, expresiones que todavía se
usan) en América Meridional aparece consignado en el Diccionario
de la Real Academia más tarde, hasta
192712,
lo cual no quita que formara parte del uso corriente desde mucho
antes, mínimo desde el siglo XVIII.
NOTAS
1
Luis González, «El liberalismo triunfante», en AA.VV, Historia
general de México, México, El Colegio de México, 2002, pp.
639-640.
2
Apud Susana A.
Montero, La construcción simbólica de las identidades
sociales. Un análisis a través de la literatura mexicana del siglo
xix, México, Plaza y Valdés, 2002,
p. 27.
3
González, op. cit., p. 651.
5
Josefina Zoraida Vázquez, «Los libros de texto de historia
decimonónica», en Belem Clark de Clara y Elisa Speckman, eds., La
república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México
decimonónico, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 2005, p. 287.
7
Guillermo Prieto, «El túnico y el zagalejo», en Musa
callejera, México, Porrúa, 1985, p. 37. «Castor.
Tejido de lana, mezclado de blanco y rojo, que las mujeres del
pueblo y las rancheras usaban mucho y aún usan para hacer
sus enaguas» (Francisco J. Santamaría, Diccionario de
mejicanismos, México, Porrúa, 1974).
11
Diccionario de la lengua castellana por la
Real Academia Española, decimatercia
edición, Madrid, Imprenta de los Sres. Hernando
y compañía, 1899. Reproducido a partir
del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española,
disponibile en www.rae.es.
12
Real Academia Española. Diccionario manual e
ilustrado de la lengua española,
Madrid, Espasa-Calpe, 1927. Reproducido a partir del ejemplar de la
Biblioteca de la Real Academia Española, disponibile en www.rae.es.
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