Recordemos: los procesos que se iniciaron en 1988 con la llegada de Carlos Salinas de Gortari se presentan el día de hoy como sombra larga que cubre al aparente vencedor de las recientes elecciones.
Recuperemos memoria.
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¿LA
SALIDA DEL LABERINTO? EL TLCAN Y LA POLÍTICA SALINISTA
(Segunda de cinco partes)
Irene Álvarez R.
III.
BREVE RECUENTO DEL SEXENIO SALINISTA
Desde
la perspectiva salinista, el TLCAN atraería inversión extranjera,
crearía nuevos trabajos y estimularía la economía mexicana. La
idea era dinamizar a la economía a través de la exportación de
insumos manufacturados y estimular la inversión privada en el país.
Parecía la solución perfecta para un país que ansiaba crecimiento
sostenido a largo plazo [Blecker, 2010: 2].
Hay
que recordar que al iniciar el sexenio Carlos Salinas se había
encontrado con un país hecho trizas. La deuda externa adquirida en
mandatos previos, con los ex-presidentes José López Portillo y
Miguel de la Madrid, era impagable. Los periodos de crisis
–producidos por la caída de los precios del petróleo en 1981 y el
incremento de las tasas de interés estadounidenses que propiciaron
la crisis de 1982-83, la falta de descubrimientos de nuevos
yacimientos de oro negro— habían provocado severas
devaluaciones, la expropiación del sistema bancario llevada a cabo
por López Portillo con el fin de suspender el pago de los préstamos
previamente adquiridos habían provocado una fuga de capitales, altas
tasas de desempleo, así como una decaída en la inversión y
productividad [Maurer, 2006: 6] (1).
Tal
y como señalan Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer, para finales
de la década de los ochenta la desigualdad económica y la
concentración de la riqueza se habían acentuado de manera
notabilísima:
[e]n
una población de 85 millones de habitantes, casi la mitad, unos
cuarenta millones, sobrevivía con ingresos a dos salarios mínimos
(unos 200 dólares) y sólo una veinteava parte, unos cuatro millones
y medio de personas, vivía con ingresos superiores a veinte salarios
mínimos (arriba de 4 mil dólares al mes [Aguilar, 1992: 272].
Al
iniciar su sexenio, una de las primeras cosas que realizó Carlos
Salinas fue la renegociación de la deuda externa. Era urgente contar
con recursos que permitieran un desahogo en el presupuesto nacional,
igualmente se hacía indispensable reparar los daños provocados por
los colapsos económicos de los años ochenta. La negociación entre
bancos internacionales privados y el gobierno mexicano era tensa y no
se llegó a un acuerdo hasta el año de 1990. Gracias al apoyo del
gobierno estadounidense, el acuerdo se logró: consistía en dejar el
total de la deuda intacto, pero hacer de los pagos anuales algo más
manejable [Maurer, 2006 :9].(2)
Otra
de las acciones realizadas fue la emisión del Plan Nacional de
Desarrollo 1989-1994. Muy vinculado con la visión de Miguel de la
Madrid, buscaba alejarse del modelo corporativista y autoritario que
había caracterizado la política mexicana por más de cuarenta años;
reemplazar un modelo de crecimiento hacia adentro por un
"reconocimiento a los procesos mundiales de integración y de
las condiciones necesarias para un crecimiento orientado hacia fuera,
capaz de insertarse en forma competitiva en las corrientes de la
economía mundial" [Aguillar, 1992: 289]. Se trataba pues de
dejar atrás la soledad del laberinto posrevolucionario, dar la
espalda a una identidad gregaria y oculta, para integrarse a un mundo
que, desde una perspectiva economicista, daba la impresión de
globalizarse al compartir un esquema político y económico de
carácter neoliberal.
Una
más de las maniobras consistió en intentar atraer mayor inversión
extranjera a partir de continuar con la privatización de empresas
paraestatales –proceso que había iniciado con Miguel de la Madrid:
para inicios del sexenio de Carlos Salinas el adelgazamiento del
Estado comienza a ser una realidad consistente. Considerando, y de
acuerdo con Miguel Ángel Mendoza [2000: 172], que la participación
del gobierno y el sector privado puede medirse en relación a la
proporción de sus inversiones sobre la producción tenemos que,
pasada la crisis de final de sexenio de Miguel de la Madrid,
el volumen de la inversión privada tiende a incrementarse –hasta
el año de 1994, el último del mandato de Carlos Salinas—,
mientras que la inversiones estatales disminuyen.
La
opacidad del papel estatal refiere a la estrategia salinista: la cual
optaba por atraer grandes cantidades de capital, que ayudarían a
reducir la carga de la deuda y que se invertirían a su vez en
empresas productivas. "La clave del esquema estaba en ofrecer
estabilidad monetaria e incentivos económicos como mano de obra
barata y acceso a los mercados" [Centeno, 1997: 3].
Dentro
de este proyecto el TLCAN aparece sobre todo como promesa, como
optimismo. El tratado ofrece, ya veremos si real o virtualmente,
acceso al consumidor más rico del mundo. De ese modo, las ventajas
del acuerdo comercial parecen estar en la posibilidad de aumentar las
exportaciones hechas a Estados Unidos y Canadá; y también, en la
idea de atraer inversión extranjera, crear trabajos y estimular la
economía mexicana [Blecker, 2010: 2].
Quiero
pensar que, a raíz de lo expuesto anteriormente, es posible ver que
el TLCAN nace en dentro una política gubernamental que opta por
abrir la economía al mercado mundial y espera reciprocidad. También
es importante reconocer las diferencias –más o menos radicales—
que implica respecto al modelo político y económico que imperó
durante el largo régimen priísta –que empieza a decaer en el
sexenio de López Portillo—, el cual ha sido tantas veces asociado
con un modelo proteccionista, antiexportador, autoritario,
paternalista y poco competitivo.
(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE ENTREGA)
NOTAS
(1)
Resulta interesante observar cómo el intervencionismo estatal que
había apoyado y protegido a la clase empresarial mexicana toma un
nuevo posicionamiento; la nacionalización de la banca provoca que el
sector privado deje de apoyar al partido oficial y opte por
una postura de liberalización de los mercados y empequeñecimiento
del Estado. [Blecker, 2010: 7].
(2)
"El lanzamiento del llamado Plan Brady del gobierno
norteamericano […], cobijó la iniciativa mexicana al establecer
la necesidad de que los bancos aceptaran acuerdos voluntarios de
reducción de las deudas con los países deudores" [Aguilar,
1992: 288].
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