25 de junio de 2012

Intermedio

Que sirva este Intermedio para echar montón y hacer publicidad.

El Festival del Tesechoacán es una iniciativa que desde el 2004 convoca a los memoriosos del son jarocho de la zona -la cuenca del Papalopan en los límites de Veracruz y Oaxaca- y a los jaraneros en general para celebrar la viveza de la música en comunidad. En el Festival se han presentado los Cenzontle (E.U.), La Familia Duarte (Paraguay), Mono Blanco (Veracruz) y el Mariachi Tradicional Charanda (México DF-Michoacán) entre otros.

La familia Barradas, quien desde el inicio ha estado movilizando recursos para que esto sea posible, abrió en Kickstarter (sistema del que ya hemos hablado antes) una cuenta para recaudar donativos de cara al Festival de este año. Todavía quedan horas para donar: el martes 26 de junio se cierra la cuenta. Apoyemos...



Para doner, ingresen a la siguiente página: http://www.kickstarter.com/projects/festivaltesechoacan/an-ancient-music-festival-comes-to-life

El Festival inicia el próximo 19 de julio en Playa Vicente, Municipio de Playa Vicente, Veracruz.
Acá una selección sonora de las bandas que se han presentado en el Festival.

Para mayor información, consulten la página en facebook del Festival.
Allá nos vemos.

18 de junio de 2012

El Negro Ojeda: fandango que no cesa


Seguimos armando nuestro mosaico de ausencias y presencias... Le toca turno al añorado Negro Ojeda.

Raúl Eduardo González nos ofrece un fotograma de la romanesca vida del Negro Ojeda, personaje que acompañó hasta el final a Salvador Ojeda, músico jarochilango que como pocos recorrió como arriero los caminos entre las tierras altas y el Sotavento, articulando la trova con el son, el fandango con la peña. 

Raúl Eduardo es profesor, jaranero, editor y estudioso de las canciones tradicionales; cada vez que puede, escribe versos. Admira la labor de los músicos y compositores populares, a quienes suele hacer preguntas sobre su vida y su trabajo.
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El Negro Ojeda: fandango que no cesa 
Raúl Eduardo González 
 
Hace cosa de dos años, el 19 septiembre de 2009 Salvador el Negro Ojeda afrontó a su manera el llamado telúrico de la ciudad donde nació el 27 de enero de 1931, y para celebrar entonces nada menos que siete décadas como cantante, se presentó en el Multiforo Ollin Kan de Tlalpan con un programa que hacía eco de la música antillana y de la trova latinoamericana al que tituló valientemente como “Monólogo… Va mi resto”, citando la canción de Silvio Rodríguez y aludiendo a la que puede ser la frase postrera de los jugadores de naipes; como él lo señaló en una entrevista a Tania Molina de La Jornada en los días cercanos al recital: “Va mi resto es aventar todas las fichas, a ver si estoy blofeando... Al final del concierto, como vea la cara del público, sabré si habré ganado o no”.

Fruto de esa audición que congregó a multitud de personalidades y amantes de la música tradicional y popular de México es el disco del mismo título, en el que el cantor de 78 años a la sazón salía definitivamente airoso del lance: aquella tarde, acompañado por los músicos Rocío Gómez, César Machuca, Pepe de Santiago y Gonzalo Sánchez, puso de pie al auditorio en uno y muchos aplausos; en el disco, uno reconoce el corazón y el oficio de quien fuera poseedor de una voz inconfundible, de una vitalidad que el escenario simplemente potenciaba, de un oído sensible, puesto siempre al servicio de la armonía y el canto de voces e instrumentos.

La voz del Negro Ojeda conmovía y conmueve por su timbre dulce, que hace pensar en el viento manso de una tarde feliz, y que sin embargo tiene la contenida tempestad del zapateado y el azote tenaz de la jarana ―“Mocambo, Yanga y Mandinga / me hablan con el tambor”, dicen los versos de David Haro que él interpretó tan a su manera. El aliento sonoro del Negro rezuma vida y pasión, con él aprendimos a escuchar zambas y boleros, sones montunos, canciones rancheras y de trovadores contemporáneos, sones jarochos… Poesía y tonadas que al materializarse en su voz hacían pensar a quien lo escuchaba que cantar era lo más natural del mundo, como pueden serlo el oleaje del mar, el vuelo de un pájaro, la sonrisa de un niño.

Y como cantar parecía muy fácil cuando el Negro lo hacía, y porque él siempre entendió la música como una irrenunciable forma de realizarse prodigando el don y el gusto a los demás, fue maestro de muchos músicos y cantantes a lo largo de algo así como medio siglo: ponderaba, ante todo, que la música fuera para quien la hiciera una necesidad vital y no tanto una obligación. En la conversación que sostuve con él en septiembre de 2009, me decía: “no, nunca quise dedicarme a cantar; en mi juventud usaba la música para divertirme y, ¡bueno!, la necesitaba para vivir conmigo mismo y soportarme yo solito, porque tenía sembrada la cosa. La música me llamaba la atención demasiado. Entonces, siempre andaba yo buscando hacer música, con gente que estaba más o menos como yo”.

Así, fundó a principios de los años sesenta su hoy mítico café Chez Negro, un espacio abierto a la música tradicional ―la rumba, el son jarocho, la canción y el folclor latinoamericanos― desde donde se fue delineando el gusto particular de un público de universitarios, profesionistas y amas de casa clasemedieros y urbanos ―muchos, como el propio Negro, de ascendencia provinciana―, quienes ciertamente con un ánimo de resistencia cultural y con muchas ganas de cantar en su propia lengua retomaban los movimientos folcloristas que en Sudamérica y en Europa iban cobrando una gran importancia.

En el Chez Negro confluyeron músicos como el desaparecido René Villanueva, Pepe Ávila, Rubén Ortiz y Gerardo Tamez, quienes con el impulso de gente como Jas Reuter y Jorge Saldaña fundaron, bajo la dirección del Negro Ojeda, el grupo Los Folkloristas, que reunía y reúne hasta nuestros días gente que, como él, “sabía hacer música sin ser músicos, nada más lo hacíamos por diversión”, algo que el Negro buscó siempre a lo largo de su vida, como lo recordó en la conversación que sostuvo con Jesús Alejo Santiago para Radio Educación: “lo que me interesaba era tocar, cobrara o no cobrara yo, por eso prefería tocar con gentes amateur, para que no anduvieran poniéndose moños de que ‘vamos a tocar sólo cuando nos paguen’; no, no, no, había que estar tocando todo el tiempo, y acá y acullá, y si no había dónde tocar, inventábamos a ver dónde”.

Hoy, luego de su partida ―apenas el 9 de febrero del año pasado―, al escuchar su voz en discos uno se pregunta adónde se ha marchado aquel hálito vibrante. Es un lugar común decir que ha quedado en el recuerdo, y que vive en cada uno de los que lo escuchamos y lo escucharemos; no cabe duda que hay mucho de verdad al pensar que vive en los corazones de quienes la estimamos entrañable. Antonio García de León ha dicho al respecto: “te hemos puesto cerca de nosotros para que nos impregnes de futuro. Te vamos a embarcar, te vamos a largar a sotavento. Te pondremos en un barco de papel que desde el río de las mariposas te lleve hasta el mar, hasta el azul brillante del mar matutino. Te seguiremos por las dunas del Conejo y Chocotán hasta que te disperses en el mar profundo y desde allí veremos cómo te totalizas en el horizonte de las aguas y los rayos soberanos, mientras miles de aires, sones y tonadas retornen a tierra fertilizados por tu larga travesía”.

Pienso además que aquella voz sigue vibrando, como vibra y late el eco de un fandango vital cuando uno ha decidido irse a dormir y los jaraneos, los cantos, el punteo del requinto y los taconeos siguen escuchándose en los oídos y siguen inundando todo el ser, como el licor que ha dejado en la boca un gusto que no sólo se resiste a desaparecer, sino que va acusando nuevos toques no percibidos en el paladeo ni en el trago. Como nuevas melodías que se van revelando en ese regusto del íntimo fandango de la duermevela, así la voz del Negro nos sigue cantando y vive porque alguna vez la escuchamos y aquí sigue y seguirá, para decirnos las cosas como nadie lo hizo.

Él mismo descubrió y fue víctima desde niño del hechizo del fandango y se apropió de su palpitación para toda la vida: a los cinco o seis años, llegó a Tlacotalpan, donde conoció el ambiente del son jarocho tradicional; “me gustó tanto que en cuanto llegaba a Tlacotalpan me metía yo al fandango y de ahí no salía”, decía. En aquella ciudad aprendió a zapatear, en los fandangos que se hacían afuera de la cantina de Caballo Viejo, donde “ponían un entarimado ahí enfrente; el fandango era por nada, simplemente por el gusto de estar oyendo trova y bailar, bailar; eso sí, el caso es que siempre estaba atascado, jueves y domingos estaba atascado”.

En aquellos bailes populares, el Negro fue conociendo el pulso de aquella música “de versos refocilantes”, como dijera su gran amigo, el arquitecto Humberto Aguirre Tinoco, con quien planearía en Tlacotalpan, ya por el año de 1978, la organización de un Concurso de Música jarocha durante las fiestas de la Virgen de la Candelaria, patrona de aquel pueblo singular donde el Negro, como Agustín Lara y como todo el que lo visita siente que nació con la luna de plata, trovador de veras; dejar aquel lugar es sentir la honda nostalgia de irse lejos de Veracruz.

De raíz jarocha, el Negro tuvo la doble fortuna de ser un tlacotalpeño nacido en la ciudad de México, pues rindió culto y sin duda ha dado fama a sus dos tierras: en la capital del país fundó el Chez Negro, dirigió distintas agrupaciones y formó a cantidad de cantores y músicos. Un buen día, cumpliendo el sueño del Músico-Poeta, volvió hasta aquellas playas lejanas, hasta el llano sotaventino para fundar el Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan, para promover su difusión por Radio Educación, y para formar parte de la vida de aquella fiesta como un músico destacado, ciertamente, que sabía departir con viejos y jóvenes para hacer sonar su jarana y su voz en la patria sonora que fuera para él el son jarocho; decía: “me gusta mucho ‘El toro sacamandú’, porque tiene una fuerza, un ímpetu cabrón; me gusta ‘El cascabel’, me gusta ‘El pájaro cu’, ‘El pájaro carpintero’ me encanta…, y muchos más”.

Y al escuchar el canto del Negro resuenan los contratiempos, las síncopas, lo atravesado de aquellos sones que tanto le gustaban y cuyas coplas cantaba con picardía; recordaba de los fandangos de su infancia y juventud que “ya cuando se metía alguien con calidad, que llamaba la atención de toda la gente, pues obviamente tú parabas la oreja también, para oír, cuando se formaba, por ejemplo un duelo de versadas. Empezaba a versar uno y empezaba a picar al adversario. Entonces era cuando se ponía más sabroso el fandango. Entonces la gente tenía que estar al pendiente de lo que oía. Había gente muy callada ahí porque había que guardar silencio para oír las ocurrencias de los que están improvisando y que muchas veces no improvisaban: hay gentes que saben tanto verso que lo hacen pasar por improvisación, pero también la gente se da cuenta de eso y entonces los desenmascara: ‘Oye, cabrón, este verso es sabido…’. Ya después, ya no se oían ese tipo de duelos”. De aquellas coplas escuchadas en fandangos y controversias, decía: “muchas me las aprendí, pues yo nunca fui improvisador, yo era repetidor, recopilador de versadas, y recopilé muchas versadas, y así como he aprendiendo unas se me iban olvidando otras”. Entre las que grabó, recuerdo aquella de “El buscapiés” en que se reconoce el carácter de jarocho desenfado que el Negro forjó en su propia imagen: “Soy el peje tiburón / que vivo en la mar salada, / el que me quiera pescar / ha de poner de carnada / una pierna de mujer, / que si no, no agarra nada”.

Versos como estos los cantaba nada menos que el Negro, pues, como él mismo se lo confesó a Jesús Alejo: “Bueno, el Negro Ojeda es un desmadre, es un desparpajado, un cuate que no le teme a nada, que se sube al escenario y se muestra y se encuera, como es; pero el otro personaje, que es el creador del Negro Ojeda, se llama Salvador Ojeda, es tímido, es vulnerable, es terriblemente… ¿qué dijéramos?, muy sentimental también”, y aquel hombre tímido se imponía a fuerza de amor por su oficio y sentía la necesidad profunda de volver al escenario, que era a un tiempo su enemigo íntimo y su medio natural, así como un bálsamo, un remanso en la vida, según se lo refiriera a Tania Molina en la entrevista citada.

Haciendo lo que siempre le gustó de corazón, cantar, el Negro fue un amante profundo de la música, como pocos los ha habido en México ―“cuando amas a la música, amas a la música más que a las mujeres, más que a todo”, le confesó a Jesús Alejo―; tuvo la generosidad de hacernos cómplices de su largo idilio, sin esperar por ello reconocimiento ni fortunas, y con esa honda verdad que llevaba dentro y que regalaba con su voz, nos dio y nos dará momentos gratos al escucharlo. En cada frase, en cada inflexión sutil de su timbre, renace la maravilla de sus vivencias tlacotalpeñas de la infancia, el embrujo que retoñaría luego en escenarios por muchos lugares del mundo, donde el Negro recuperó su íntimo decir y enfrentó con aparente desenfado y con profundo compromiso el reto de presentarse en público, para vivir y hacernos vivir, para amar y hacernos amar, para sufrir y gozar con él, en fin. Personalmente, le agradezco por ese fandango que floreció de su voz y que sigue resonando.

 
El Negro Ojeda y el Trío Jarocho interpretando El Pájaro Carpintero. 
Marzo de 2005, El Estudio de Armando Manzanero

11 de junio de 2012

Intermedio #132

Esta semana teníamos planeado publicar un texto sobre el Negro Ojeda escrito por Raúl Eduardo González. Sin embargo y dados los tiempos que corren, queremos subir un video. Y nos permitimos creer que el Negro estaría de acuerdo...

La Cumbia Yo soy #132 está grabada por el Colectivo Emergente de Artistas Independientes.
El colectivo está formado por Chéjere, César y sus Esclavos, Santo Canuto Estudios, Ciudad Cinema y amigos músicos. La idea original de la rola y la voz del
spech son de Alvaro Alcantara, la composición la comparte con Alonso Borja, quien produjo junto con Inti Terán. El video fue producido por Iria Gómez Concheiro, Rodrigo Ríos Legaspi y Juan Pablo Gómez.







Ellos te enseñan a quedarte callado
y te dicen que así hay que vivir,
que la suerte no está de tu lado,
que jodido te vas a morir.
Que trabajes, trabajes, trabajes,
porque es el camino a la superación,
y a los noventa días cumplidos
te despiden sin liquidación. 

Y ahora me sales con que te importa lo que yo siento, 
que los problemas de este país los vas a arreglar. 
Fíjate que no, fíjate que no, 
mejor te buscas otro borrego, 
porque yo no.
Fíjate que no, fíjate que no, 
mejor te buscas otro borrego,
soy #132.

Todo lo maquillas y todo lo enredas,
confudes democracia con ir a votar.
Ya no es suficiente cambiar de partidos,
cambiemos la forma de gobernar.
Pero si te organizas y enciendes la mecha
exigiendo tu derecho a la información...
Dicen que no existes, que eres acarreado,
Pero te equivocas, soy #132.

Y ahora me sales con que te importa lo que yo siento, 
que los problemas de este país los vas a arreglar. 
Fíjate que no, fíjate que no, 
mejor te buscas otro borrego, 
porque yo no. 
Fíjate que no, fíjate que no, 
mejor te buscas otro borrego,
soy #132.

¿Qué te crees, que no nos damos cuenta? 
Nos faltas al respeto. Actúa con conciencia.
Que no eres viejo, que te has renovado.
Sólo cambias de nombre, eres discurso gastado. 
No cambias tu quehacer, eres el mismo de siempre. 
El pinche poder que vive siempre de la gente.
Pero estás jodido, recuperé mi voz,
la memoria, la alegría, soy #132.

Fíjate que no, fíjate que no, 
mejor te buscas otro borrego,
soy #132.

4 de junio de 2012

Intermedio

Martha González, música chicana, activista e investigadora -y quien ya ha publicado con nosotros en el Observatorio- creó junto con Laura Rebolloso, jaranera, compositora y tallerista, Entre Mujeres. Translocal Music Dialogues, proyecto translocal de composición musical entre músicas  Chicanas/Latinas en los Estados Unidos y Jarochas/Mexicanas en México.

Mediante la grabación de músicas a ambos lados de la frontera, este proyecto es un intento de hacer visible las luchas y el balance entre el ser madre y música y cómo las tecnologías mecánicas y sociales pueden ayudar a documentar las convivencias musicales entre mujeres en ambos lados de la frontera.

Participaron en México Kali Niño y Alec Dempster (Café con Pan), Wendy Cao Romero y Tacho Utrera (Los Utreras), Gisella Farias Luna y Gilberto Gutierrez (Mono Blanco), Annahi Hernandez (Son De Madera), Djael Vinaver, Karina Gutierrez-Rojo, Silvia Santos (Hikuri), Violeta Romero (Los Utrera), Rubi Osegura Rueda (Son De Madera), Raquel Vega (Los Vega/Caña Dulce Caña Brava), Aleph Castañeda (Son De Madera), and Cecelia.

En Estados Unido se unieron Rocio Marron, Dante Pascuzzo, Tylana Enomoto (Quetzal), Claudia Gonzalez-Tenorio (CAVA), La Marisoul y Gloria Estrada (La Santa Cecilia), Laura Cambron (Son Del Centro), Maya Jupiter, Shirley Alvarado-del Aguila, Carolina Sarmiento (Son Del Centro), Marissa Ronstadt (Monte Carlo 76/The Know it Alls) Xochi Flores (Cambalache), Angela Flores (Las Cafeteras), Tiana Alvarez, y Hook Herrera.

Ahora, se requieren 10 mil dólares para la mezcla, la masterización, la impresión y producción de mil cds. La venta de los mil CDs permitirá recuperar algunos de los gastos que se han hecho hasta ahora y generar suficiente ingreso para producir materiales de promoción para el proyecto.

El público puede ayudar financiando el proyecto y recibiendo a cambio el CD y otros productos (hasta conciertos privados) dependiendo de la cantidad aportada.

Subimos el video de presentación y animamos a nuestros lectores a que apoyen el financiamiento del CD (¡qué viva la autogestión!).

http://www.kickstarter.com/projects/mgonzalez/entre-mujeres-translocal-musical-dialogues?ref=live