28 de septiembre de 2009

Intermedio

Sinópsis histórica de la Orquesta Sinfónica de Xalapa (OSX).
Corto documental conmemorativo producido por la Universidad Veracruzana por el 80° aniversario de la Orquesta (1929 - 2009).

PRÓXIMO POST: Lunes 5 de octubre

21 de septiembre de 2009

Fandango, comunidad y regeneración cultural

Fernando Guadarrama
(Segunda de dos partes)


“El paisaje y la costumbre de un pueblo son el fundamento de su arte y de su cultura”.
Miguel Covarrubias. El sur de México.

“Cada cultura es una galaxia que alberga la experiencia y percepción del mundo, a partir de las cuales surge la comprensión de uno mismo y de los demás, y de la realidad a nuestro alrededor”. Regeneración cultural. Unitierra.

Fandango y regeneración cultural
Partiendo de la definición médico-biológica de la palabra regeneración*, a falta de otras fuentes comprensibles, me atrevo a pensar que regenerar la cultura puede ser el proceso que un pueblo emprende con propia voluntad y autonomía, para la restauración de la comunidad, la identidad, la tradición y la costumbre, dañados, enfermos o mutilados por la corrosión cancerosa que causan la desintegración, la enajenación, el desprecio y el olvido.

Pero, cuando hablamos de comunidad y de la reconstrucción de los delicados tejidos tangibles e intangibles de su cultura, surge la pregunta obligada: ¿Es eso posible? ¿Se puede regenerar la cultura de un pueblo?

Si entendiéramos por cultura jarocha solamente la celebración del fandango y la interpretación de su música y su versada tradicional, olvidándonos del mundo que les ha dado origen, y observamos los resultados obtenidos después de 30 años de divulgación y enseñanza de lo que hoy llamamos el Movimiento jaranero, sobre todo en las ciudades, se podría contestar en principio que sí.

A simple vista se puede hoy apreciar, en fiestas como la de Tlacotalpan, una “explosión demográfica” de jaraneros y de grupos que han surgido durante este periodo. De igual modo sucede si revisamos el aumento significativo de festivales, encuentros y fandangos, además de la producción de discos, libros, videos y programas de radio en Veracruz y más allá de sus fronteras. Se podría hablar incluso de implantación o trasplante de culturas, ya que nos estamos valiendo de términos médicos, para explicar la proliferación del movimiento fandanguero en ciudades y países en los que no podemos hablar de regeneración, puesto que el fandango no era propio de esos lugares.

Sin embargo, si analizamos con más detalle el mapa original de la tradición fandanguera, que no se ubica en las ciudades sino en los pueblos campesinos del Sotavento rural, el panorama que nos encontramos es muy diferente: comunidades enteras divididas por las religiones, la pobreza y la migración, y enajenadas por las nuevas músicas y formas de hacer la fiesta impuestas desde afuera. Hoy para los grandes festejos, bodas, quince años o fiestas patronales, se contratan conjuntos musicales que llegan a los pueblos cargados de enormes equipos, bocinas y formas de hacer ruido. Estos nuevos grupos son los que animan los bailes con los ritmos de moda, como el reguetón, la tecnocumbia y el narcocorrido. Allí los fandangos, el son jarocho y las antiguas formas comunitarias de hacer la fiesta se han ido extinguiendo poco a poco, aún en los propios pueblos de donde son originarios los músicos más emblemáticos del movimiento jaranero, como es el caso de Tres Zapotes, La Boca de San Miguel y El Hato, en donde nacieron los Gutiérrez, los Vega y los Utrera.

Más allá de lo que opinan quienes piensan que el son y el fandango se han revitalizado y viven hoy en su mejor momento, la realidad es que en el mundo jarocho original la costumbre desaparece, como han ido desapareciendo sus selvas, sus ríos y sus pueblos, arrasados por la llegada del mundo moderno. Las mismas grandes maquinarias que tumbaron las selvas del llano para sembrarlas de caña en los años sesentas del siglo pasado, y amarraron para siempre la vida de su gente a los ingenios azucareros, son las que han ido destronconando su cultura festiva, adecuándola a los nuevos tiempos de la sociedad urbana agroindustrial.

Y es que la cultura jarocha, su fiesta y sus sones, no se entenderían sin el mundo que les dio sustento y sin la gente que ha escrito los versos que lo nombran. Gente de mar y montaña, de selvas y ríos, de pesca y cacería, de llanos y pantanales, de ceibas, apompos y frutales, de ganado y arreo, de a caballo y canoa, de pájaros carpinteros y gavilanes, de otate y palma real, en resumen: de “agua y tierra”, como lo dice aquel verso que cantan Andrés Vega y el grupo Mono Blanco en el son del “Aguacero”. Dicho de otro modo, sin la vivencia de los hombres y mujeres que habitaron en ese mundo de mil colores, sabores y aromas no habría ni fiesta, ni canto, ni poesía.

A eso habría que agregar que la cultura no es una sola ni es estática. Que está en contante cambio e interacción. Si vemos así la cultura jarocha de hoy, con una visión más amplia, miraríamos con tristeza un mundo habitado por familias que fueron y siguen siendo de campesinos, pescadores, vaqueros y ejidatarios, venidos a menos por la crisis de un modelo agroindustrial fracasado. Convertidos muchos de ellos en obreros de fábricas contaminantes o simplemente en mano de obra itinerante que anda buscando la vida de un lado a otro, mientras sus familias viven y trabajan en tierras empobrecidas y sus ríos y sus mares se mueren intoxicados. Si ante este panorama pensamos en la regeneración cultural, tal vez estemos creyendo en un imposible. Sin embargo, es allí donde el trabajo por la regeneración tiene sentido.

Los jarochos, de muchas maneras, se reconocen aún en su tradición y hoy día no son pocas las poblaciones que han decidido reivindicar su cultura y revivir sus fandangos, aunque las instituciones culturales o los municipios no los apoyen. Los resultados obtenidos por la gente que ha dedicado años de trabajo independiente a la enseñanza y difusión del Son y el Fandango en sus pueblos y regiones de origen, demuestran que al menos en esta faceta de su cultura la regeneración puede ser posible, a pesar de los muchos pendientes. Sólo será completa cuando los pueblos jarochos recuperen la vida de su tierra, sus ríos y sus mares, y detengan la migración que los desangra de a poco. Mientras tanto, siempre que siga vivo lo que Patricio Hidalgo ha llamado el canto de la memoria, toda esperanza es posible.

Fuera de cualquier discurso teórico, la regeneración cultural es un esfuerzo de todos los días para quienes sin respaldo oficial trabajan en sus pueblos por decisión propia. Allí deberían de gastarse los dineros públicos destinados a la cultura, en becas y recursos de apoyo para esos promotores permanentes, y no en eventos y festivales de relumbrón que muchas de las veces poco ayudan a que la cultura popular siga vigente.

Finalmente pienso, aunque casi parezca un sueño, que la regeneración de la cultura fandanguera tendrá que ir de la mano de la recuperación de su cultura campesina y de su entorno natural, puesto que, desaparecidas sus selvas y sus animales, muertos sus ríos, envenenada su tierra y desintegrados sus pueblos, no se a que le podrán cantar los jarochos del mundo que viene.

*Regeneración: La reconstrucción que hace un organismo vivo por sí mismo de sus partes perdidas o dañadas. RAE.

14 de septiembre de 2009

Intermedio

Video de la rola Kuamimikiliztli, versión en náhuatl de la canción Cuento de Locura, originalmente editada en el disco El día de la Noche por LA NUN.K MUERTA REBELIÓN, grupo originario de Orizaba, Veracruz.

Este video se grabó en el concierto de clausura del Primer Foro Nacional Juvenil Nahuatl, llevado a cabo en Tehuipango en abril de 2007, ante un publico conformado mayoritariamente por estudiantes universitarios nahua hablantes.

La Nun. K Muerta Rebelión participará en el 2do. Foro Nacional de Jóvenes Hablantes de Lenguas Originarias (continuación del evento de 2007) el 24 de septiembre en la Universidad Intercultural Veracruzana (UVI) sede El Espinal, Totonacapan, Veracruz.

http://www.myspace.com/lanunk
http://www.laboratorioescenico.org/

7 de septiembre de 2009

Fandango, comunidad y regeneración cultural

Continuando con las ponencias que se presentaron en el evento El Fandango Jarocho, un mundo de vida, damos paso a Fernando Guadarrama, entrañable compañero del son jarocho, gran versador, activista y promotor de proyectos ecológicos y de desarrollo sustentable. Nacido en Córdoba, estudiante en Xalapa, trabajador de causas justas en Zongolica y desde 1987 radicado en la Sierra de Oaxaca. Miembro fundador de la Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez. Fundador y coordinador de la organización Pueblo Jaguar A.C.
Y para los que lo queremos, es el Carnal Guada...

Muchas gracias, carnalito, por dejarnos tu texto para que otros lo lean. Ojalá no sea la última.

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Fandango, comunidad y regeneración cultural
Fernando Guadarrama

(Primera de dos partes)

"No hay nada mas futuro que el pasado americano, aquel que nos habla de comunidad y amor a la tierra…"
Eduardo Galeano. El libro de los abrazos.

"Lo jarocho no es la ropa, el sombrero y la jarana, es árbol que en la sabana tiene raíz, tronco y copa, es la fronda que lo arropa y el tronco que la sostiene, y la raíz que mantiene nuestra cultura de pie, es el futuro que fue, es el pasado que viene".

Fandango y comunidad
Toda fiesta tradicional en Veracruz, en México, en América Latina y en el Mundo, es de por sí un acto comunitario. Los días de fiesta son diferentes a todos los demás, se les espera y se les prepara con especial atención, para celebrar ocasiones y fechas importantes. El fandango jarocho no es la excepción.

Los motivos de la celebración pueden ser varios: la fiesta del pueblo, un acontecimiento familiar, una boda, un bautizo, un cumpleaños, un nacimiento e incluso la muerte de un ser querido, a quién se le vela y se le acompaña con sones hasta la última morada.

En el Sotavento veracruzano, como en cualquier región del país, las celebraciones comunitarias por excelencia son las fiestas patronales, que se ofrecen a los santos y a sus santuarios, y que se rigen principalmente por el calendario católico, aunque muchas conserven aspectos de origen prehispánico.

Durante los días de fiesta, el pueblo o la familia que celebra comparte lo mejor que tiene para atender a los visitantes e invitados. Se ofrece siempre lo que se ha recibido o se recibirá, porque las fiestas se van repitiendo de pueblo en pueblo y de casa en casa, y el que es invitado hoy será el anfitrión mañana.

Las fiestas van tejiendo al celebrarse y repetirse una invisible e indestructible red social que integra familias, pueblos y regiones enteras. Es tan fuerte y tan antigua esta costumbre, que aún estando lejos son miles quienes regresan a su casa y a su pueblo el día de la fiesta.

En las montañas indígenas de Oaxaca, en donde nacen los mil arroyos que alimentan al río Papaloapan, la red de compadrazgos que existe entre ciudadanos de distintos pueblos vecinos, que se visitan recíprocamente con motivo de sus fiestas patronales, es un enorme tejido cultural que va más allá de las fronteras político administrativas que marcan los municipios.

En algunos casos extraordinarios este vínculo tan fuerte que se da entre la gente y sus fiestas rebasa incluso los límites nacionales, porque muchos de los que llegan o regresan son migrantes. En el caso del Llano veracruzano, aún siendo pueblos mestizos, muchas de las costumbres indígenas se repiten.

Una fiesta importante del Sotavento jarocho que reúne a varios estados de la República es la del Cristo Negro del Santuario, en Otatitlán, Veracruz, que hoy se celebra el día 3 de mayo (originalmente estas fiestas se celebraban en septiembre, pero se cambiaron a mayo para evitar las lluvias). En esta fecha llegan al Santuario miles de peregrinos desde las cercanas montañas de Oaxaca y Puebla. Aunque lejana en el tiempo pero no en el olvido, esta fiesta celebraba al viejo Señor Yacatecutli, “el del negro bastón”, patrón de los caminantes y de los Pochtecas o comerciantes del mundo prehispánico, hoy sustituido por el Cristo Negro.

Como en la mayoría de las regiones rurales de México, los fandangos jarochos reflejan y representan el mestizaje, pues los indígenas, los españoles, los africanos y los afrocaribeños no sólo mezclaron sus genes, comidas, palabras y músicas, sino sus creencias y desde luego, sus fiestas.

Así pues, aunque muchas de nuestras fiestas principales sean parte del calendario cristiano y estén dedicadas a los santos patronos, a las Vírgenes y a los Cristos de los santuarios, se siguen celebrando en las mismas fechas y lugares importantes del calendario agrícola mesoamericano, en donde se honraba a las antiguas deidades de la tierra, el agua, el viento, la fertilidad, etc.

Tal es el caso de otra de las fiestas grandes del Sotavento jarocho, la del 1 y 2 de febrero, dedicada a la Virgen de la Candelaria, que tiene su sede principal en la ribereña e histórica ciudad de Tlacotalpan. Allí mismo y en las mismas fechas que marcaban el inicio del calendario mexica se realizaban las celebraciones en honor a la Chalchiuhtlicue, Diosa del agua.

Hoy día, muchos sin saberlo y sin vocación religiosa de ningún tipo, y otros con conocimiento de causa, músicos, bailadores, bailadoras, poetas, versadores y simples observadores, provenientes de cualquier lugar de Veracruz, de México y del Mundo, nos reunimos en Tlacotalpan cada que inicia febrero. Nos juntamos a celebrar un viejo ritual mestizo, que se expresa en una fiesta fandanguera que dura varias noches. Con ese acto, consiente o inconsciente, ayudamos y nos ayudamos a que la tradición y la vida continúen. Por unos días somos una comunidad reunida a orillas de la tarima. No hay diferencia ni distingos y si algo que nos junta: la ganas de compartir la música, el baile, los versos, la fiesta y la madrugada.

Esta manera festiva de hacer comunidad se repite cada vez que nos reúne el fandango, por el motivo que sea, en El Hato, en La Boca, en Santiago, en Tlacotalpan, en Tuxtepec, en Playa Vicente, en Chacalapa, en el Santuario, en La Huaca, en el Casón, en el Patio Muñoz, en Santa Ana, California o en Tlalpan, DF.

El investigador y sonero Ricardo Pérez Montfort nos comentaba recientemente, durante una conferencia que impartió en Oaxaca sobre el Son jarocho, que los mazatecos de San Pedro Ixcatlán, pueblo cuenqueño cercano a Tuxtepec que todavía practica la tradición del fandango de “arpa y jarana”, le llaman “hacer gozona” a la realización de esta fiesta.

En toda la Sierra Norte de Oaxaca, mixe, zapoteca, chinanteca y mazateca, la vieja costumbre de hacer gozona significa lo mismo: ayuda mutua, reciprocidad y correspondencia, lo que en el Llano veracruzano llamamos mano vuelta y en los Valles Centrales de Oaxaca es la Guelaguetza. La gozona consiste en intercambiar ayuda en trabajo o en especie, sin haber dinero de por medio, y ha sido desde siempre una forma comunitaria de hacer la vida. Se hace gozona para preparar la tierra y sembrar una milpa, para cuidarla y cosecharla, para cortar, acarrear y beneficiar el café, para construir una casa y también para hacer la fiesta. El fandango, entendido así por los mazatecos de Ixcatlán, es una forma de compartir, de dar y de recibir y de hacer juntos el festejo.

Este sentimiento comunitario de fiesta compartida es tal vez lo que más nos identifica con el fandango. Sin importar procedencia ni origen, quién se acerca a la fiesta fandanguera se siente parte de ella. Esta sensación de identidad repentina con el fandango es más fuerte quizás porque muchos venimos de una sociedad urbana egoísta y sin identidad, y al llegar al fandango nos recordamos y nos reconocemos, aunque sea por un momento, como parte de esta celebración comunitaria.
Entendido así, el fandango jarocho “postmoderno” que hoy se hace en ciudades como Xalapa, Oaxaca, Cuernavaca, México y Los Ángeles California, podría incluso inscribirse dentro del amplio movimiento alternativo y contracultural, que hoy promueve los valores comunitarios dentro de una sociedad eminentemente individualista. Además de difundir y reivindicar nuestra música tradicional, en contra del bombardeo masivo que los medios de comunicación (tele y radio privadas) nos hacen permanentemente de su música basura.

Caso curioso sin duda, producto de este fenómeno de “identidad repentina”, y digno de una investigación antropológica mas amplia, es esta expansión de la comunidad fandanguera, que hoy rebasa sus fronteras regionales y crece en ciudades en donde antes no existía, mientras que desaparece silenciosamente en muchos de los pueblos de donde es originaria.