Fernando Guadarrama
(Segunda de dos partes)
“El paisaje y la costumbre de un pueblo son el fundamento de su arte y de su cultura”.
Miguel Covarrubias. El sur de México.
“Cada cultura es una galaxia que alberga la experiencia y percepción del mundo, a partir de las cuales surge la comprensión de uno mismo y de los demás, y de la realidad a nuestro alrededor”. Regeneración cultural. Unitierra.
Fandango y regeneración cultural
Partiendo de la definición médico-biológica de la palabra regeneración*, a falta de otras fuentes comprensibles, me atrevo a pensar que regenerar la cultura puede ser el proceso que un pueblo emprende con propia voluntad y autonomía, para la restauración de la comunidad, la identidad, la tradición y la costumbre, dañados, enfermos o mutilados por la corrosión cancerosa que causan la desintegración, la enajenación, el desprecio y el olvido.
Pero, cuando hablamos de comunidad y de la reconstrucción de los delicados tejidos tangibles e intangibles de su cultura, surge la pregunta obligada: ¿Es eso posible? ¿Se puede regenerar la cultura de un pueblo?
Si entendiéramos por cultura jarocha solamente la celebración del fandango y la interpretación de su música y su versada tradicional, olvidándonos del mundo que les ha dado origen, y observamos los resultados obtenidos después de 30 años de divulgación y enseñanza de lo que hoy llamamos el Movimiento jaranero, sobre todo en las ciudades, se podría contestar en principio que sí.
A simple vista se puede hoy apreciar, en fiestas como la de Tlacotalpan, una “explosión demográfica” de jaraneros y de grupos que han surgido durante este periodo. De igual modo sucede si revisamos el aumento significativo de festivales, encuentros y fandangos, además de la producción de discos, libros, videos y programas de radio en Veracruz y más allá de sus fronteras. Se podría hablar incluso de implantación o trasplante de culturas, ya que nos estamos valiendo de términos médicos, para explicar la proliferación del movimiento fandanguero en ciudades y países en los que no podemos hablar de regeneración, puesto que el fandango no era propio de esos lugares.
Sin embargo, si analizamos con más detalle el mapa original de la tradición fandanguera, que no se ubica en las ciudades sino en los pueblos campesinos del Sotavento rural, el panorama que nos encontramos es muy diferente: comunidades enteras divididas por las religiones, la pobreza y la migración, y enajenadas por las nuevas músicas y formas de hacer la fiesta impuestas desde afuera. Hoy para los grandes festejos, bodas, quince años o fiestas patronales, se contratan conjuntos musicales que llegan a los pueblos cargados de enormes equipos, bocinas y formas de hacer ruido. Estos nuevos grupos son los que animan los bailes con los ritmos de moda, como el reguetón, la tecnocumbia y el narcocorrido. Allí los fandangos, el son jarocho y las antiguas formas comunitarias de hacer la fiesta se han ido extinguiendo poco a poco, aún en los propios pueblos de donde son originarios los músicos más emblemáticos del movimiento jaranero, como es el caso de Tres Zapotes, La Boca de San Miguel y El Hato, en donde nacieron los Gutiérrez, los Vega y los Utrera.
Más allá de lo que opinan quienes piensan que el son y el fandango se han revitalizado y viven hoy en su mejor momento, la realidad es que en el mundo jarocho original la costumbre desaparece, como han ido desapareciendo sus selvas, sus ríos y sus pueblos, arrasados por la llegada del mundo moderno. Las mismas grandes maquinarias que tumbaron las selvas del llano para sembrarlas de caña en los años sesentas del siglo pasado, y amarraron para siempre la vida de su gente a los ingenios azucareros, son las que han ido destronconando su cultura festiva, adecuándola a los nuevos tiempos de la sociedad urbana agroindustrial.
Y es que la cultura jarocha, su fiesta y sus sones, no se entenderían sin el mundo que les dio sustento y sin la gente que ha escrito los versos que lo nombran. Gente de mar y montaña, de selvas y ríos, de pesca y cacería, de llanos y pantanales, de ceibas, apompos y frutales, de ganado y arreo, de a caballo y canoa, de pájaros carpinteros y gavilanes, de otate y palma real, en resumen: de “agua y tierra”, como lo dice aquel verso que cantan Andrés Vega y el grupo Mono Blanco en el son del “Aguacero”. Dicho de otro modo, sin la vivencia de los hombres y mujeres que habitaron en ese mundo de mil colores, sabores y aromas no habría ni fiesta, ni canto, ni poesía.
A eso habría que agregar que la cultura no es una sola ni es estática. Que está en contante cambio e interacción. Si vemos así la cultura jarocha de hoy, con una visión más amplia, miraríamos con tristeza un mundo habitado por familias que fueron y siguen siendo de campesinos, pescadores, vaqueros y ejidatarios, venidos a menos por la crisis de un modelo agroindustrial fracasado. Convertidos muchos de ellos en obreros de fábricas contaminantes o simplemente en mano de obra itinerante que anda buscando la vida de un lado a otro, mientras sus familias viven y trabajan en tierras empobrecidas y sus ríos y sus mares se mueren intoxicados. Si ante este panorama pensamos en la regeneración cultural, tal vez estemos creyendo en un imposible. Sin embargo, es allí donde el trabajo por la regeneración tiene sentido.
Los jarochos, de muchas maneras, se reconocen aún en su tradición y hoy día no son pocas las poblaciones que han decidido reivindicar su cultura y revivir sus fandangos, aunque las instituciones culturales o los municipios no los apoyen. Los resultados obtenidos por la gente que ha dedicado años de trabajo independiente a la enseñanza y difusión del Son y el Fandango en sus pueblos y regiones de origen, demuestran que al menos en esta faceta de su cultura la regeneración puede ser posible, a pesar de los muchos pendientes. Sólo será completa cuando los pueblos jarochos recuperen la vida de su tierra, sus ríos y sus mares, y detengan la migración que los desangra de a poco. Mientras tanto, siempre que siga vivo lo que Patricio Hidalgo ha llamado el canto de la memoria, toda esperanza es posible.
Fuera de cualquier discurso teórico, la regeneración cultural es un esfuerzo de todos los días para quienes sin respaldo oficial trabajan en sus pueblos por decisión propia. Allí deberían de gastarse los dineros públicos destinados a la cultura, en becas y recursos de apoyo para esos promotores permanentes, y no en eventos y festivales de relumbrón que muchas de las veces poco ayudan a que la cultura popular siga vigente.
Finalmente pienso, aunque casi parezca un sueño, que la regeneración de la cultura fandanguera tendrá que ir de la mano de la recuperación de su cultura campesina y de su entorno natural, puesto que, desaparecidas sus selvas y sus animales, muertos sus ríos, envenenada su tierra y desintegrados sus pueblos, no se a que le podrán cantar los jarochos del mundo que viene.
*Regeneración: La reconstrucción que hace un organismo vivo por sí mismo de sus partes perdidas o dañadas. RAE.
2 comentarios:
Felicitaciones Guadarrama.
Muy objetivo tu artículo, que bueno que aún siendo un apasionado del Son Jorocho, analices el tema de fondo.
hola que tal guadarrama...
esta muy bueno tu escrito, pues aqui te va un verso mio para que vayas viendo mas o menos a que le cantaremos ahora:
yo voy por la carretera
recorriendo mi nacion
una cosa a mi me aterra
es ver esta destruccion
que causa el hombre a la tierra
oie me gustaria estar en contacto con tigo, mi correo es suena_madera@hotmail.com
att. ñeñe
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