7 de septiembre de 2009

Fandango, comunidad y regeneración cultural

Continuando con las ponencias que se presentaron en el evento El Fandango Jarocho, un mundo de vida, damos paso a Fernando Guadarrama, entrañable compañero del son jarocho, gran versador, activista y promotor de proyectos ecológicos y de desarrollo sustentable. Nacido en Córdoba, estudiante en Xalapa, trabajador de causas justas en Zongolica y desde 1987 radicado en la Sierra de Oaxaca. Miembro fundador de la Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez. Fundador y coordinador de la organización Pueblo Jaguar A.C.
Y para los que lo queremos, es el Carnal Guada...

Muchas gracias, carnalito, por dejarnos tu texto para que otros lo lean. Ojalá no sea la última.

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Fandango, comunidad y regeneración cultural
Fernando Guadarrama

(Primera de dos partes)

"No hay nada mas futuro que el pasado americano, aquel que nos habla de comunidad y amor a la tierra…"
Eduardo Galeano. El libro de los abrazos.

"Lo jarocho no es la ropa, el sombrero y la jarana, es árbol que en la sabana tiene raíz, tronco y copa, es la fronda que lo arropa y el tronco que la sostiene, y la raíz que mantiene nuestra cultura de pie, es el futuro que fue, es el pasado que viene".

Fandango y comunidad
Toda fiesta tradicional en Veracruz, en México, en América Latina y en el Mundo, es de por sí un acto comunitario. Los días de fiesta son diferentes a todos los demás, se les espera y se les prepara con especial atención, para celebrar ocasiones y fechas importantes. El fandango jarocho no es la excepción.

Los motivos de la celebración pueden ser varios: la fiesta del pueblo, un acontecimiento familiar, una boda, un bautizo, un cumpleaños, un nacimiento e incluso la muerte de un ser querido, a quién se le vela y se le acompaña con sones hasta la última morada.

En el Sotavento veracruzano, como en cualquier región del país, las celebraciones comunitarias por excelencia son las fiestas patronales, que se ofrecen a los santos y a sus santuarios, y que se rigen principalmente por el calendario católico, aunque muchas conserven aspectos de origen prehispánico.

Durante los días de fiesta, el pueblo o la familia que celebra comparte lo mejor que tiene para atender a los visitantes e invitados. Se ofrece siempre lo que se ha recibido o se recibirá, porque las fiestas se van repitiendo de pueblo en pueblo y de casa en casa, y el que es invitado hoy será el anfitrión mañana.

Las fiestas van tejiendo al celebrarse y repetirse una invisible e indestructible red social que integra familias, pueblos y regiones enteras. Es tan fuerte y tan antigua esta costumbre, que aún estando lejos son miles quienes regresan a su casa y a su pueblo el día de la fiesta.

En las montañas indígenas de Oaxaca, en donde nacen los mil arroyos que alimentan al río Papaloapan, la red de compadrazgos que existe entre ciudadanos de distintos pueblos vecinos, que se visitan recíprocamente con motivo de sus fiestas patronales, es un enorme tejido cultural que va más allá de las fronteras político administrativas que marcan los municipios.

En algunos casos extraordinarios este vínculo tan fuerte que se da entre la gente y sus fiestas rebasa incluso los límites nacionales, porque muchos de los que llegan o regresan son migrantes. En el caso del Llano veracruzano, aún siendo pueblos mestizos, muchas de las costumbres indígenas se repiten.

Una fiesta importante del Sotavento jarocho que reúne a varios estados de la República es la del Cristo Negro del Santuario, en Otatitlán, Veracruz, que hoy se celebra el día 3 de mayo (originalmente estas fiestas se celebraban en septiembre, pero se cambiaron a mayo para evitar las lluvias). En esta fecha llegan al Santuario miles de peregrinos desde las cercanas montañas de Oaxaca y Puebla. Aunque lejana en el tiempo pero no en el olvido, esta fiesta celebraba al viejo Señor Yacatecutli, “el del negro bastón”, patrón de los caminantes y de los Pochtecas o comerciantes del mundo prehispánico, hoy sustituido por el Cristo Negro.

Como en la mayoría de las regiones rurales de México, los fandangos jarochos reflejan y representan el mestizaje, pues los indígenas, los españoles, los africanos y los afrocaribeños no sólo mezclaron sus genes, comidas, palabras y músicas, sino sus creencias y desde luego, sus fiestas.

Así pues, aunque muchas de nuestras fiestas principales sean parte del calendario cristiano y estén dedicadas a los santos patronos, a las Vírgenes y a los Cristos de los santuarios, se siguen celebrando en las mismas fechas y lugares importantes del calendario agrícola mesoamericano, en donde se honraba a las antiguas deidades de la tierra, el agua, el viento, la fertilidad, etc.

Tal es el caso de otra de las fiestas grandes del Sotavento jarocho, la del 1 y 2 de febrero, dedicada a la Virgen de la Candelaria, que tiene su sede principal en la ribereña e histórica ciudad de Tlacotalpan. Allí mismo y en las mismas fechas que marcaban el inicio del calendario mexica se realizaban las celebraciones en honor a la Chalchiuhtlicue, Diosa del agua.

Hoy día, muchos sin saberlo y sin vocación religiosa de ningún tipo, y otros con conocimiento de causa, músicos, bailadores, bailadoras, poetas, versadores y simples observadores, provenientes de cualquier lugar de Veracruz, de México y del Mundo, nos reunimos en Tlacotalpan cada que inicia febrero. Nos juntamos a celebrar un viejo ritual mestizo, que se expresa en una fiesta fandanguera que dura varias noches. Con ese acto, consiente o inconsciente, ayudamos y nos ayudamos a que la tradición y la vida continúen. Por unos días somos una comunidad reunida a orillas de la tarima. No hay diferencia ni distingos y si algo que nos junta: la ganas de compartir la música, el baile, los versos, la fiesta y la madrugada.

Esta manera festiva de hacer comunidad se repite cada vez que nos reúne el fandango, por el motivo que sea, en El Hato, en La Boca, en Santiago, en Tlacotalpan, en Tuxtepec, en Playa Vicente, en Chacalapa, en el Santuario, en La Huaca, en el Casón, en el Patio Muñoz, en Santa Ana, California o en Tlalpan, DF.

El investigador y sonero Ricardo Pérez Montfort nos comentaba recientemente, durante una conferencia que impartió en Oaxaca sobre el Son jarocho, que los mazatecos de San Pedro Ixcatlán, pueblo cuenqueño cercano a Tuxtepec que todavía practica la tradición del fandango de “arpa y jarana”, le llaman “hacer gozona” a la realización de esta fiesta.

En toda la Sierra Norte de Oaxaca, mixe, zapoteca, chinanteca y mazateca, la vieja costumbre de hacer gozona significa lo mismo: ayuda mutua, reciprocidad y correspondencia, lo que en el Llano veracruzano llamamos mano vuelta y en los Valles Centrales de Oaxaca es la Guelaguetza. La gozona consiste en intercambiar ayuda en trabajo o en especie, sin haber dinero de por medio, y ha sido desde siempre una forma comunitaria de hacer la vida. Se hace gozona para preparar la tierra y sembrar una milpa, para cuidarla y cosecharla, para cortar, acarrear y beneficiar el café, para construir una casa y también para hacer la fiesta. El fandango, entendido así por los mazatecos de Ixcatlán, es una forma de compartir, de dar y de recibir y de hacer juntos el festejo.

Este sentimiento comunitario de fiesta compartida es tal vez lo que más nos identifica con el fandango. Sin importar procedencia ni origen, quién se acerca a la fiesta fandanguera se siente parte de ella. Esta sensación de identidad repentina con el fandango es más fuerte quizás porque muchos venimos de una sociedad urbana egoísta y sin identidad, y al llegar al fandango nos recordamos y nos reconocemos, aunque sea por un momento, como parte de esta celebración comunitaria.
Entendido así, el fandango jarocho “postmoderno” que hoy se hace en ciudades como Xalapa, Oaxaca, Cuernavaca, México y Los Ángeles California, podría incluso inscribirse dentro del amplio movimiento alternativo y contracultural, que hoy promueve los valores comunitarios dentro de una sociedad eminentemente individualista. Además de difundir y reivindicar nuestra música tradicional, en contra del bombardeo masivo que los medios de comunicación (tele y radio privadas) nos hacen permanentemente de su música basura.

Caso curioso sin duda, producto de este fenómeno de “identidad repentina”, y digno de una investigación antropológica mas amplia, es esta expansión de la comunidad fandanguera, que hoy rebasa sus fronteras regionales y crece en ciudades en donde antes no existía, mientras que desaparece silenciosamente en muchos de los pueblos de donde es originaria.

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