12 de abril de 2010

Africanidad cubanocentrada, cubanidad problemática

Continuando con el análisis de la construcción (o reconstrucción) de la africanidad en el repertorio simbólico de lo veracruzano, Kali Argyriadis nos regala un texto muy claridoso en el que aborda las claves de las cercanías y lejanías de la "hermandad" cubano-jarocha.

Kali, Doctora en Antropología, es cordinadora del programa RELITRANS (Transnacionalización religiosa de los países del sur, entre etnización y universalización) del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo (IRD - Francia) y miembro del programa MUSMOND (Musicalización, música y danzas) del Centro Nacional de Investigación Científica del Gobierno Francés a través de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Le agradecemos a Kali su participación y sabemos que no será la única ni la última...
__________________________________________________


Desde hace aproximadamente quince años, varios artistas del Estado de Veracruz, en su mayoría desde la ciudad de Xalapa, se han insertado dentro del marco del movimiento de la “Tercera raíz”, proponiendo espectáculos, talleres de música y de danza, conferencias, y actividades diversas que son presentadas a menudo en festivales y fiestas locales. Comprometidos con la lucha por el reconocimiento de los aportes de la cultura africana en México buscan en sus obras crear un repertorio afromexicano propio, partiendo de la idea de que dicho repertorio se perdió o se invisibilizó y que hay que recrearlo.

Si bien para lograr dicho propósito se nutren también de otros repertorios como son la música indígena o “prehispánica”, el son jarocho o la música y danza de Guinea, Congo y Senegal, hasta ahora es el repertorio “afrocubano” (los ritmos de los tambores rituales de la santería y las danzas de orichas) donde han encontrado su fuente principal de inspiración.

Este énfasis no me parece casual. En efecto, la construcción identitaria jarocha, insiste claramente sobre la cualidad caribeña y más específicamente la “cubanidad” de la región. El discurso universitario valoriza y resalta los aportes migratorios y culturales cubanos en el Estado de Veracruz. Se subrayan los lazos que han unido por mucho tiempo los dos puertos (La Habana y Veracruz), “las dos orillas de un mismo mar mediterráneo” y refugios recíprocos de independentistas y revolucionarios de los dos países (García Díaz y Guerra Villaboy, 2002), o la noción de “Caribe afroandaluz” que los abarca a ambos (García de León, 1992). Ellos recuerdan, igualmente, la importancia de la influencia de la música cubana en el puerto, cuyos habitantes escuchaban la radio de la isla y se reapropiaron el danzón y el son. Esta visión, fundamentalmente histórica, contrasta con la realidad actual.

Sin embargo, ésta nutre una actitud muy frecuente entre los veracruzanos: mientras que los fenotipos asociados a la negritud permanecen estigmatizados, la referencia a un posible ancestro africano que permita hacerla explícita es frecuentemente “corregida” por la referencia a un ancestro cubano, cuya oscuridad de piel sería entonces aceptable. En efecto, se asocia sistemáticamente a los africanos traídos a México con la categoría “esclavos”, que nadie desea contar entre sus ascendientes. Al contrario, los inmigrantes cubanos gozan de cierto prestigio en el imaginario regional como artesanos, ingenieros, ganaderos, artistas y deportistas. Tal abundancia de abuelos cubanos es desmentida por los datos históricos, ya que la migración cubana de principios del siglo XX era numéricamente mínima; además, eran mayormente de piel clara – se trataban en gran medida de tabaqueros provenientes de la región de Pinar del Río, ellos mismos originarios de las Islas Canarias (García Díaz, 2002).

La reiterada asimilación de los veracruzanos a los “cubanos”, lo que J. A. Flores Martos define como el gusto por “travestirse de lo mismo” (2004: 391) y que es enfatizada para insistir sobre la especificidad de los jarochos (bullangueros, hospitaleros, risueños...), cubre en realidad una ambigüedad: si la cubanidad es valorizada a través del imaginario positivo que arrastra (sensualidad, elegancia, aptitudes por las artes y la fiesta, cultura, valentía), en realidad los cubanos que residen en Veracruz y en particular en el Puerto donde pude observar dicho fenómeno, son víctimas de actitudes xenófobas, y esto cualquiera que sea el color de su piel. Al estereotipo positivo responde un estereotipo muy negativo (lujuria, exhibicionismo, engaño, violencia), mismo que es asociado a las clases sociales marginales en el imaginario porteño. La cubanidad, entonces, es percibida como peligrosa y contaminante (Flores Martos, 2004: 266; 406).

La profunda incomprensión y desprecio mutuo que suele a veces nutrir las relaciones entre cubanos y veracruzanos se vuelve palpable sobre todo en cuanto a su relación a África: en el caso de los primeros, fuente de orgullo y matriz de su identidad cultural nacional, en el caso de los segundos fuente de vergüenza(1) expresada por el miedo (los “morenos” serían más violentos), el asco (“negro feo”) o el paternalismo (“¡qué graciosita morenita!”). Existe también en Veracruz una representación de los “morenos” que asocia los mismos a las clases sociales más bajas: los habitantes de las “colonias” y de los “ranchos”, en general todas aquellas personas que trabajan duro bajo el sol y se desplazan a pie.

Por lo tanto, cuando llegan cubanos de la Isla o del Distrito Federal para prestar sus servicios como artistas o como santeros (ambas funciones siendo a menudo totalmente complementarias), surgen severos conflictos o rencores duraderos. Quiero citar aquí dos anécdotas. La primera concierne el caso de una espiritista santera veracruzana que solicitó hace unos años la ayuda de un babalao (sacerdote del sistema de adivinación ifá) cubano para realizar los sacrificios necesarios a la ceremonia fúnebre de su madre, presentándolo a los fieles de su templo como “un negrito que viene para hacerme el ritual”. El “negrito”, además de su impresionante estatura, resultaba ser diplomado del Instituto Superior de Arte, coreógrafo del Ballet de la televisión cubana y miembro de la prestigiosa Unión de Escritores y Artistas Cubanos. Después de realizar la ceremonia, bromeando a la gente que permanecía temerosamente apartada en el momento crucial del sacrificio del gallo (“esto no hace nada, ¿pa’ qué tanto espanto?”), decidió no regresar a esa casa, formulando su disgusto con una expresión despreciativa muy común en Cuba para describir a los ignorantes en general y a los mexicanos en particular: “esa gente son indios”. De cierta forma, se puede decir que ambos herederos del sistema colonial y esclavista, se insultan y se desprestigian mutuamente usando sus respectivos estigmas comunes: “negros”, “indios”, en definitiva no-europeos y de supuesta clase baja.

En otro contexto, artístico esta vez, se produjo un intercambio similar. En esta ocasión, para el carnaval 2008 estaba invitado el famoso grupo cubano de salsa y latin-jazz, NG la Banda. El director de la orquesta, poco satisfecho con la ubicación del escenario (en una calle del centro y no en el gran escenario del malecón), intentaba además perfeccionar los arreglos del sonido. Algunos borrachos locales empezaron a gritarle: “¡Dale, pinche cubano, tócale!”. En reacción a lo que para él era una grave falta de respeto, se dirigió al público en tono sarcástico: “Vinimos a traer cultura, el pueblo de Veracruz se lo merece”. Para ilustrar su propósito, desarrolló posteriormente todo un discurso sobre las raíces africanas de Veracruz, cantando algunos de sus canciones relacionadas con la santería (“¿conocen a la religión cubana?”), pidiendo a los santeros presentes que se manifestaran (sin obtener más reacciones que la de los borrachos burlones). Terminó exigiendo más tiempo, vengándose de los organizadores y de los técnicos del evento, tachados de incompetentes: “El pueblo es el que manda. Ustedes se creen que el que manda en Cuba es Fidel, no, ¡el pueblo es el que manda! ¿Qué quiere el pueblo, que sigamos? Entonces voy a seguir hasta que me de la gana”. En otros términos, desde su punto de vista, dio una lección magistral al público veracruzano: orgullo de tener raíces africanas, orgullo de tener cultura, orgullo de ser revolucionario, en fin, orgullo de ser cubano. Lección a la cual los veracruzanos contestan con este tipo de respuesta: “A él no le servirá de nada tanto estudio porque acabará como todos los comunistas de Cuba, tocando por unas miserias”; “Pinche cubano jodido”. En definitiva, aquí estamos ya muy lejos del ideal de “pueblos hermanos” clamado por los universitarios de ambos países.

Estas anécdotas ilustran para mí el gran desfase que existe por el momento entre un discurso universitario y/o artístico militante, el cual intenta enfatizar y glorificar la africanía o más bien la cubanía de la identidad jarocha, y el discurso común del resto de la población. Reflejan también la complejidad de una relación a África que está todavía lejos de ser internada o deseada, y de una relación a Cuba incómoda por demasiado cercana, que pone en peligro la especificidad de las partes. Por un lado, la santería y su repertorio son utilizados para inyectar o inocular (Hoffmann, 2005: 139) signos y elementos culturales “afro” que permiten crear una identidad afro-jarocha propia, cuyo carácter africano demasiado exótico es neutralizado por su carácter cubano, más familiar y tolerable. Por el otro lado, el rechazo, cuando se hace presente, se expresa precisamente en términos racistas que asimilan a los cubanos con los “morenos” y con las clases marginales locales, mismas que son designadas en Veracruz por el – complejísimo y ambiguo – término “raza”.


(1)Existen por supuesto discursos de protesta en contra de estos prejuicios. Pero la argumentación traduce la internalización de los mismos. Así una señora mayor, de extracción humilde, cuyo color de piel es llamado “moreno” en Veracruz (en Cuba sería calificada de “mulata clara”), expresa de la siguiente manera su indignación frente a la actitud despreciativa de los suegros de su hijo: “Seré gente corriente, de raza prieta y esclava, pero tengo mi orgullo”.


FLORES MARTOS, Juan Antonio, 2004, Portales de múcara. Una etnografía del puerto de Veracruz, Xalapa, Universidad Veracruzana.

GARCÍA DE LEÓN, Antonio (1992), “El Caribe Afro-andaluz: permanencias de una civilización popular”, en La Jornada Semanal, 12 de enero, pp. 27-33.

GARCÍA DÍAZ, Bernardo, 2002, « La migración cubana a Veracruz 1870-1910 », in La Habana / Veracruz, Veracruz / La Habana, las dos orillas, García Díaz, Bernardo, Guerra Vilaboy, Sergio (coord.), México, Universidad veracruzana, p. 297-319.

GARCÍA DÍAZ, Bernardo y Sergio GUERRA VILABOY (coords.) (2002), La Habana / Veracruz, Veracruz / La Habana, las dos orillas, México, Universidad veracruzana.

HOFFMANN, Odile, 2005, « Renaissance des études afromexicaines et productions de nouvelles identités ethniques », Journal de la société des américanistes, n° 91-2, p. 123-152.

2 comentarios:

Caterina Camastra dijo...

Qué buen artículo. Valiente, problemático y hasta entretenido. Felicidades.

oscar hernandez dijo...

En efecto, buen artículo. Comparto la idea central del mutuo menosprecio entre los cubanos y los veracruzanos de ahora. Creo, sin embargo, que se deberían tomar en cuenta otros indicadores. Por ejemplo: la cantidad de matrimonios efectuados entre cubanos y veracruzanos en las últimas décadas; el número, las dimensiones y el impacto de las redes informales de solidaridad con los migrantes cubanos surgidas en el puerto, entre otras. Creo que su inclusión podría llegar a matizar algunos de los juicios expresados.