10 de septiembre de 2012

Jovenazo, fusca y carrazo

La tarde del 7 de julio de este año, Juan Pablo Franzoni apuntó con una pistola, desde el balcón en altos del Restaurante Sumarento de Xalapa, a la manifestación que pasaba por la calle frente al local protestando por los resultados de la elección presidencial del 1º de julio. 

Este hecho, que Caterina Camastra ha estado rumiando desde entonces, nos parece ahora, en nuestro reino de la memoria corta, lejano como los días de la elección... Caterina propuso este texto a un medio de comunicación que le respondió que ya no era de interés. 

Nosotros entendemos la lógica de la inmediatez informativa. Y como afortunadamente esa inmediatez al Observatorio no le pesa, hemos decidido publicarlo nosotros dentro de este espacio que abrimos para presentar reflexiones sobre nuestro cotidiano y nuestra memoria y que inauguramos con el texto sobre el salinismo y el TLC.

¿Qué tiene que ver un personaje como el "Junior gatillero" con el análisis desde lo cultural?
Dice Caterina: "La situación que estamos viviendo, entre la impunidad generalizada y descarada, por un lado, y el apoteosis de la violencia como medio de afirmación, por el otro, es especialmente propicia a que este tipo de basuras salgan libre, descontrolada y peligrosamente a flote. Los que se sienten muy hombres por presumir una fusca en lo que tuercen la cara en una muequilla barata de duro de telenovela. Los de la mirada vacua detrás de los lentes de sol, los que creen que valen como seres humanos por su poder de amenaza y de adquisición."

En el Observatorio hemos tratado de hacer visible la relación existente entre pobreza simbólica, carencia de expectativas culturales, y violencia, autoritarismo, imposición. 

Pensemos en eso ahora que cierto estilo de poder, el del revolucionarismo que Salinas "modernizó" y dotó de camisas de diseñador y lentes oscuros, está de regreso. Y en Veracruz se siente. 
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Jovenazo, fusca y carrazo
Caterina Camastra


Siempre he pensado que una de las categorías humanas más dañinas, amén de insufribles, es el jovenazo en su carrazo. Me refiero al vástago de familia rica, o que tal quisiera ser, presumiendo su superior potencia a través de un vehículo del modelo más último que se pueda, con todos los cilindros que la tecnología de punta pueda meterle a un motor, manejando con cierto raudo desprecio hacia las normas de tránsito y consecuente peligro para todas las demás formas de vida que compartan o, peor, se atraviesen en su camino. También son peligrosos para sí mismos, aunque por lo visto no lo suficiente, quizás, como para librarnos del engorro de lidiar con su presencia.

A veces el jovenazo añade otro accessorio a las pruebas de su virilidad, es decir, una pistola, o fusca como se le conoce coloquialmente en México; tengo la impresión, según lo que he oído, que decir fusca llena la boca del aprendiz armígero y carga el objeto de connotaciones relativas, justamente, a la jactancia, el lucimiento, el poder y el amago, las que aquí nos incumben. Pablo Neruda alguna vez así habló de México “florido y espinudo”: “El México de aquel tiempo era más pistolista que pistolero. Había un culto al revólver, un fetichismo de la 'cuarenta y cinco'. Los pistolones salían a relucir constantemente [...] Era más fácil extraerle un diente a un mexicano que su queridísima arma de fuego”. Con el mismo tono ligero nos cuenta de cómo convenció a una reunión de poetas a desprenderse – temporalmente – de sus armas, “en nombre de la poesía y de la paz”. “Pienso que he sido el único poeta en cuyo honor se ha compuesto una antología de pistolas”, sigue sonriendo don Pablo.

Sin embargo, las imágenes de pistolas a las que aquí me refiero puede que sean tristemente folclóricas, mas sin duda bastante menos simpáticas que las que nos pinta el poeta en su diario de viaje. Será porque vienen desprovistas tanto de encanto literario, cuanto de la pátina reconfortante de la distancia cronológica y la estampita de costumbres nacionales. Recuerdo, una noche de hace algunos años, haber sido testigo al margen de una de estas exhibiciones. En alguna avenida de Xalapa, afuera de una tienda que por la hora nocturna ya solo despachaba por la ventanita, los jovenazos tripulantes de una camioneta de golpe y rumbo se liaron con algún batalloncito enemigo en alguna discusión intrascendente, de cuyo tema no quiero acordarme. Recuerdo, eso sí, uno de los valientes levantarse la camisa, dejando ver, entre barriguilla chelera y cinturón, la cacha de una pistola (perdón, fusca) atravesada en los pantalones. No recuerdo los rasgos del fulano, pero sí su expresión, una mueca torcida de presumida estupidez. No he olvidado en años la sensación de disgusto y pena ajena que me provocó esa expresión. Eres patético amén de imbécil, hubiera querido decirle al hombrecillo ese. No dije nada porque, como sea, una pistola es una pistola y no por estar en manos de un cretino es menos peligrosa, antes todo lo contrario.

Me he estado acordando mucho de esa anécdota porque recién he vuelto a ver la misma mueca, en esta foto:


Las fotos presentadas en este post han sido tomadas de la red. 






Lo conocemos, es Juan Pablo Franzoni Martínez, el “junior gatillero” como ha sido llamado, quien el pasado 7 de julio aventó desde un balcón una silla sobre una manifestación de protesta por el fraude electoral, y acto seguido amagó a los manifestantes con una pistola. Fue detenido, y nos ha gustado la otra foto,


Las fotos presentadas en este post han sido tomadas de la red.

donde se lo llevan con los pantalones bajados y la hombría hecha trizas; sin embargo, no está de más recordar que no ha pasado siquiera una noche en prisión y que salir libre le ha costado la ridiculez de 1,700 pesos. Franzoni está vinculado a la organización priísta Juventud Dinámica, que obviamente ha tratado de negarlo, sin mucha credibilidad que digamos (véase, por ejemplo, el análisis de Víctor Hernández publicado en el 5antuario.org).

Probablemente el hecho haya representado un fastidio, aunque menor, para el PRI ante la opinión pública, y chance hasta una regañiza, salpimentada con uno que otro codazo cómplice, le haya tocado al junior pistolista por parte de sus compas del partido. Sin embargo, mi punto – y preocupación y miedo – es otro. Franzoni no es de los enemigos inteligentes, pero eso no lo hace menos dañino. La situación que estamos viviendo, entre la impunidad generalizada y descarada, por un lado, y el apoteosis de la violencia como medio de afirmación, por el otro, es especialmente propicia a que este tipo de basuras salgan libre, descontrolada y peligrosamente a flote. Los que se sienten muy hombres por presumir una fusca en lo que tuercen la cara en una muequilla barata de duro de telenovela. Los de la mirada vacua detrás de los lentes de sol, los que creen que valen como seres humanos por su poder de amenaza y de adquisición – ignoro qué coche traiga nuestro gatillero, pero sospecho que no se trata de un modesto carrito o una camioneta vieja, y algo me dice que al volante no ha de ser un dechado de civismo. Franzoni representa una cultura y un modus operandi que, esos sí, son un peligro para México y para el mundo entero.

Recuerdo otra anécdota que me contó un amigo de Morelia, al preguntarle yo qué efectos reales y tangibles sobre su propia vida cotidiana tenía la situación de violencia ligada al narcotráfico en la ciudad. Me dijo mi amigo que había renunciado a salir a tomarse una cerveza, porque a los mismos bares van a divertirse los jóvenes sicarios, quienes por nada – o por diversión, justamente – sacan a relucir sus armas y alegremente disparan. No estamos hablando de ningún gran jefe de cártel, o ni siquiera de narcos rasos en – digamos – el desempeño de su chamba; de la misma manera, Franzoni no es ningún Chupacabras mayor, ningún Salinas de Gortari, vaya, ni siquiera un modesto Peña Nieto, o un pequeño funcionario en tareas de campaña o propaganda (tales como amagar a los votantes afuera de una casilla, por ejemplo). Estaba en un restaurante cuando sacó su fusca, justo como los jóvenes sicarios morelianos sacan las suyas en los bares de su ciudad. El machismo gatillero es peligroso en todos sus niveles, desde las cumbres de la estrategia hasta las simas de la sinrazón. No es que las mujeres sean inmunes a este tipo de actitudes; sin embargo, por cuestiones históricas y culturales, suelen lucir su estupidez de otras maneras. Festejando a esta clase de especímenes masculinos, por ejemplo, como la risueña acompañante de Franzoni en otra de las fotos de ese día.


Las fotos presentadas en este post han sido tomadas de la red.

¿Qué hacemos? Decirles a estos tipos cuán patéticos nos parecen y cuán miserable se nos figura su vida, aunque se antoje, no es una opción viable. Por lo pronto, hay que extremar precauciones y cuidarnos mucho los unos a los otros, en un ejercicio de comunidad en especial alerta. Más a largo plazo, hay que seguir trabajando en la promoción de actitudes y prácticas sociales que destierren el recio fantasma del México pistolista de nuestra vida cotidiana.

1 comentario:

Juan Norberto Lerma dijo...
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