Con este post, iniciamos una segunda serie de reflexiones sobre las políticas culturales del Estado de Veracruz. En esta ocasión queremos hablar sobre la Promoción Cultural y su presentación a través de los festivales que se organizan institucionalmente. _________________________________________________________
La promoción cultural ha resultado ser una de las áreas con mayor ejercicio dentro del esquema de la cultura institucionalizada en nuestro país. Por ello, no resulta extraño que los responsables regionales y federales de cultura planifiquen festivales y programas artísticos que visibilicen la acción de sus administraciones y que pongan en relieve el valor social de las tradiciones y de las pertenencias simbólicas de sus entidades.
En el caso veracruzano, varios son los eventos de este tipo que han sido producidos desde las instituciones como la Universidad Veracruzana y el Instituto Veracruzano de Cultura, pero ha sido el Festival Internacional Afrocaribeño, producido por el IVEC, el que mayor expectativa ha generado desde su creación, y el que mejor ha representado, durante sus cortos años de vida, los vaivenes de la política cultural del Estado.
Este festival nació como consecuencia de la buena acogida que tuvieron dos eventos, El Encuentro de Dos Mundos de 1992, y las jornadas académicas Veracruz también es Caribe, llevadas a cabo durante los primeros años de la década de los noventa del siglo pasado, así como del esfuerzo permanente de algunos actores de la cultura local en la concientización de la importancia histórica, social y cultural de la Tercera Raíz. El Festival Internacional Afrocaribeño ve su primera edición en 1994, teniendo como sede principal el Puerto de Veracruz y extendiéndose a las ciudades de Xalapa, Córdoba y Orizaba.
Debido a su concepción como un espacio de encuentro entre el pensamiento y la expresión artística, entre la reflexión académica y las manifestaciones populares, el Festival Afrocaribeño se posicionó como una de las promesas “festivaleras” del país, y sus primeras ediciones resultaron memorables debido al espíritu de verdadera búsqueda con el que lo concebían sus organizadores. Delegaciones provenientes de todo el Caribe visitaban nuestro puerto propiciando el contacto de los espectadores locales con gente de toda la región caribeña, permitiendo de paso ese ir y venir de experiencias entre unos y otros que a fin de cuentas enriquece los imaginarios regionales. Además, desde 1996 se instituyó un reconocimiento a los investigadores y promotores de la cultura afro en México, la Medalla Gonzalo Aguirre Beltrán.
Sin embargo, con el paso de los años y el cambio de las administraciones, el Festival ha mutado su espíritu e inevitablemente ha suscitado preguntas sobre su esencia y su porvenir. En el 2007 el Festival se suspendió, y mucho se sospechó de la agenda política que aparentemente no consideraba pertinente ni rentable, en ese momento, hacer el esfuerzo de organización ni de inversión económica que el evento requería. Nunca se informó al público, a los ciudadanos, a los primeros y más importantes receptores de la acción cultural institucional a qué se debía esta suspensión.
Ahora, en 2008, el Festival resurgió aunque con cambios en el formato. Por ejemplo, se limitó a tener como sede el puerto de Veracruz; por otra parte, las autoridades estatales entregaron siete medallas Gonzalo Aguirre Beltrán y ante la sorpresa de quienes hemos seguido el desarrollo del evento, dado que tal número de galardonados se antoja excesivo, por no decir masivo. La medalla en un inicio reconocía unitariamente la labor de un personaje y valoraba, realzando de forma personal, su trayectoria a favor del rescate de la memoria afro y sus herencias. En este caso el mérito de los ganadores no está en juicio: lo que inquieta es la desmesura.
Mención aparte merece el programa académico, que se enlazó con un evento previamente concebido, el Congreso Internacional Diáspora, Nación y Diferencia. Poblaciones de origen africano en México y Centroamérica organizado por el INAH, el CEMCA y el IRD de Francia. Este evento se venía preparando desde hace dos años y finalmente constituyó el eje académico de esta edición del Festival.
Los caminos por los que ha transitado el Festival Internacional Afrocaribeño nos llevan a analizar la situación general de la promoción cultural institucional en el Estado puesto que este evento representa de forma significativa lo que pasa -y lo que no- con casi todos los festivales del Instituto Veracruzano de Cultura.
Los esfuerzos por proyectar los Festivales que organiza el Instituto han sido de peso, y las ideas sobre su realización han demostrado originalidad e interés por lo que significan las diferentes pertenencias identitarias de la región. Los programas que han nacido al interior de estos proyectos en ocasiones han sido de excelencia. Sin embargo, nunca está de más llamar la atención sobre lo que no funciona o lo que puede poner en riesgo la existencia y el sentido de estos eventos.
Pensamos que es en los públicos, justamente en el área de promoción, donde debe retomarse los esfuerzos de conceptualización del Festival. Y en ello, encontramos una de las debilidades de la acción cultural. Haría falta un estudio a profundidad sobre el impacto que ha generado el Festival entre la población de la ciudad sede y de los espacios alternos, pero nos parece que la respuesta del público está determinada por el conocimiento previo que guardan del espectáculo al que piensan asistir, por el renombre del músico y por su penetración a través de otros medios (radio, televisión) y no por el trabajo de difusión que se haga de los contenidos del Festival. Crear públicos que descubran cosas nuevas y que reflexionen sobre lo afro y lo caribeño que tenemos en nosotros, esa debería ser una de las principales metas del evento. Por ejemplo, es mucho más fácil tener público en conciertos como el de Willy Colón o el de Salón Victoria (que poseen sus respectivos públicos dada su trayectoria y visibilidad) que en conciertos de grupos de Son Jarocho o de folklore Garifuna. El esparcimiento no está reñido con el descubrimiento. Nomás que significa más trabajo.
Por otro lado, tratar de convocar a la gente a través de manifestaciones que ya poseen sus propios canales –y muy eficaces- de promoción, como el reaggeton, quita espacio para las propuestas nuevas, desconocidas para el público, pero enriquecedoras y representativas de lo que se hace en el espacio afrocaribeño. Sin afán purista, creemos que la acción cultural no debe confundirse con la masiva convocatoria de públicos. Para eso ya existe el mercado y los medios de comunicación que lo vehiculan.
La constancia y la coherencia deben ser sustento de la promoción cultural llevada a cabo por las instituciones culturales, más allá de los cambios de administración y de los contextos propios a la vida política local y nacional. A los ciudadanos que tratamos de consumir las ofertas culturales del Estado de Veracruz y que aspiramos a aprovechar los recursos que se nos ofrecen, nos parece que los Festivales, no solamente el Afrocaribeño, sino también el Agustín Lara, el Olmeca, y el Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan por mencionar algunos, son excelentes espacios de encuentro con nosotros mismos y con las otras expresiones culturales que vienen de fuera pero que también nos hablan de lo que somos. Es necesario generar estrategias que permitan que estos espacios se consoliden con buena salud, que provoquen la mayor participación posible de la sociedad y que trasciendan contextos económicos y políticos. La riqueza simbólica de Veracruz es lo suficientemente concreta como para que, dentro del marco de una política cultural integral y definida, la promoción cultural devenga ventana de lo que nos conforma veracruzanos y mexicanos.
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