Segunda de dos partes.
Como se mencionó en la primera parte de estas reflexiones finales, en la presente entrega nos abocaremos a ejemplificar las inconsistencias que señalamos en el Programa Nacional de Cultura la vez anterior. Con esta finalidad tomaremos citas de algunos ejes del Programa para mostrar la falta de definición conceptual y estratégica que hemos encontrado a lo largo de las ocho entregas anteriores; además de la falta de articulación entre los ejes rectores y con ello el vacío y confusión que el programa genera al enviar señales confusas e incompatibles entre las diferentes áreas consideradas en este documento base y guía de las políticas culturales de la Federación.
El primer problema conceptual deriva de lo que se entiende por “cultura”, evidentemente el término más usado y en ocasiones disminuido en este documento. A pesar de que en la introducción se ofrece una definición básica, la cual pretende ser la única y articuladora del programa:
“La cultura, asumimos, es ante todo un proceso vital marcado por el talento individual y colectivo y los cambios y transformaciones que vive un país a lo largo de su historia. Nada interrumpe la creación; cuando algo se destruye, también algo se crea. Afortunadamente, durante décadas se ha tenido la conciencia de que preservar es también una necesidad de cara al futuro constante. La mirada al pasado puede significar orgullo, mover a la reflexión crítica en la mejor acepción del término, pero es a la vez estímulo para la continuidad creativa y el cambio que requiere”. (P.14)
Sin embargo, esta definición es obviada o supeditada a otras más prácticas, utilitarias y hasta urgentes, como es el caso de la definición propuesta por Sergio Vela en el texto de presentación del programa:
“La cultura mexicana es fuente de identidad, cohesión social, expresión y diálogo, y su potencial como recurso para el desarrollo es incalculable. Las posibilidades que ofrece la cultura de nuestro país deben ser aprovechadas para hacer que contribuyan a lograr avances en todos los órdenes. A su valor intrínseco, suficiente para fomentarla y apoyarla, la cultura suma grandes aportaciones, actuales y potenciales, al desarrollo político, educativo, social y económico de México” (P.10)
Cabe además señalar que en la noción anterior de cultura predomina la noción de cultura como fuente de capital económico y -leído con bonhomía- social. Por lo tanto, el peso otorgado al valor intrínseco de la cultura, como un espacio de reflexión de la Nación en el presente y desde el pasado hacia el futuro, se desvanece en esta acepción.
Como es posible observar, si a este programa cuya elaboración tomo doce meses del gobierno federal en curso no le fue posible llegar a acuerdos conceptuales de nociones básicas como cultura, arte patrimonio, democratización, diversidad cultural y del sector privado, entonces es posible vislumbrar no solo la desarticulación del programa, sino de las acciones del ejecutivo federal y en especial del CONACULTA y sus dependencias en cuanto a este rubro de la vida nacional se refiere.
Lo anterior, se observa principalmente en cada uno de los ejes, pues a pesar del esfuerzo inicial de marcar los objetivos generales y anunciar que estos serán trabajados integralmente, esta lógica no se observa en el desarrollo de los ocho rubros del programa:
“Los ejes de la política cultural sobre los que se articula el Programa Nacional de Cultura establecen estrategias y acciones transversales que comprenden los ámbitos de la preservación del patrimonio cultural, la formación y la investigación culturales y artísticas, el estímulo a la creación y la promoción y difusión del arte y la cultura. Su definición obedece a la necesidad de integrar al esquema conceptual de dicha política nuevos enfoques y conceptos surgidos, a su vez, de las nuevas realidades del desarrollo cultural contemporáneo. Estos ejes, así, reconocen y ponen el énfasis en nuevas interrelaciones entre áreas de la cultura, proponen nuevas sinergias y fortalecen la coordinación y el trabajo orgánico de las instituciones y dependencias culturales”. (P. 28)
Por otra parte, como mencionamos en la mayoría de las entregas de esta serie, un aspecto que nos llama poderosamente la atención es el gran empeño y “honestidad” puesto en los diagnósticos de cada eje. En especial aquellos donde el INAH participa. Esto nos lleva a decir que no es que esta institución se encuentre en un situación más delicada que sus contrapartes, INBA, FONCA, IMCINE, sino que existe un conocimiento más profundo y sobre todo sistemático que le permite a esta institución aportar datos más claros sobre su funcionamiento, logros debilidades e inconsistencias. Lo cual, en sí ya es un primer logro por donde se le vea. El conocimiento de lo que hay que administrar y como se ha hecho hasta ahora ya brinda pautas para no tener que reinventar las acciones institucionales y el que hacer con su patrimonio cada seis años.
Siendo este documento un plan de acción gubernamental uno de los asuntos más preocupantes o alentadores ante la falta de definición conceptual básica, es la ausencia de estrategias pragmáticas para llevar a cabo las ideas plasmadas en este documento. Por ejemplo en el siguiente extracto correspondiente al diagnostico del Eje de Cultura y Turismo:
“En 2001, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes creó la Coordinación Nacional de Patrimonio Cultural y Turismo para vincular, en un marco de coordinación interinstitucional, las actividades relativas al turismo con la promoción y preservación del patrimonio, así como con la producción basada en la creatividad cultural para impulsar el desarrollo del país (…)De cualquier modo, ha faltado una clara delimitación de funciones por parte de la Coordinación, en la medida en que una parte de sus tareas concurre con las de la Secretaría de Turismo y otra con organismos culturales. No existe, tampoco, una integración formal de sus actividades con el resto de las instituciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. De ahí que resulte oportuno redefinir la relación institucional entre turismo y cultura y readecuar los programas con los que se cuenta en el ámbito cultural.” (P. 148)
Ejemplo como éste que muestran cómo en el diagnostico se establecen las tareas a realizar y las necesidades para lograrlo, sin embargo, no en esta sección ni en ninguna posterior se establecen líneas de cómo se han de realizar estas tareas o que instancias son las responsables de llevarlas a cabo.
Tal caso también se presenta en el Eje de Estímulos Públicos a la Creación y al Mecenazgo, donde a pesar de llevar en titulo de este capítulo el mecenazgo a este importante y multicitado aspecto solamente se le dedica un objetivo (el número 5):
“Disponer de un marco claro de colaboración con patronatos y asociaciones de amigos y de recepción de apoyos y donativos a los programas de las instituciones culturales”. Objetivo que se presenta con una estrategia bastante ambigua: “Establecer el marco jurídico fiscal adecuado que propicie la obtención de apoyo financiero del sector privado a proyectos artísticos y culturales específicos y clasificados como de interés nacional, como la recuperación de cierta infraestructura cultural y la compra de colecciones para museos, con los correspondientes beneficios fiscales”. (P.105) Esto no arroja ninguna luz sobre los niveles y formas de participación del sector privado, ni siquiera sobre los mecanismos a establecer para que esto sea posible.
Todo lo anterior resulta grave por dos motivos distintos: ante la falta de claridad y articulación del documento base de las políticas culturales del gobierno federal actual, sabemos que esta falta de precisión no conduce al a inactividad pero sí a que la labor gubernamental se realice bajo una tónica de “poca política y más administración”. Con todo lo que ello implica, ¿cómo se administra y para quién se administra?
Porque si bien se habla de hacer de la cultura una vía para el desarrollo, las múltiples imprecisiones que presenta el plan no nos anuncian quienes serán o serían los posibles beneficiarios de vender la cultura al mejor postor. Cabe aclarar, que no buscamos caer en la defensa a ultranza de la cultura como patrimonio del pueblo y responsabilidad del Estado, solo quisiéramos que de esa derrama económica, también se beneficie a los productores y a las comunidades que los albergan. Pues un rápido recorrido por nuestra historia nos permite observar que la mayoría de las veces las expresiones artístico-culturales han servido para mostrar la grandeza espiritual de nuestro pueblo, el cual suele vivir en condiciones precarias. El problema de alimentar sólo el espíritu de estos productores radica en que esto no da para cenar con Merlot todas las noches, o para volar a Londres en primera clase ni siquiera para comer a sus horas con una dieta balanceada. Por lo tanto, hay que asegurarse que el desarrollo cultural de la sociedad implique, y por supuesto favorezca, a todos sus componentes.
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