23 de mayo de 2011

El teatrero transdisciplinario o la complejidad de la escasez

Siguiendo la línea que trazó Caterina Camastra en el post anterior sobre Xalapa como espacio de producción cultural, seguimos horadando la fachada de este tal vez Partenón de cartón-piedra, cueva paradigmática de la "cultura" en provincia, o quizá reducto promisorio de creadores que han aprendido a ver con ojos robustos lo complejo...

Paloma Ávalos, creadora escénica, investigadora y profesora de la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana, nos ofrece una mirada desde el interior de un gremio obstinado y emblemático de la ciudad, los teatreros: del trabajo en la precariedad al cuasi-nobiliario título de artistas multidisciplinarios (por necesidad) el teatrero xalapeño dora sus blasones y ensaya sostenerse en el aire.


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El teatrero transdisciplinario o la complejidad de la escasez
Paloma Ávalos

No hace mucho, la complejidad, o más bien la certidumbre de ser complejos, llegó a nuestra vidas. Bastó que señores como Morin, Nicolescu o Luhmann abrieran la boca para que a los ojos de muchos se diera por sentado, en el horizonte de altos vuelos intelectuales, lo que la realidad ya había sentado como invitado familiar a nuestra mesa de todos los días: que nuestra interacción con ella es siempre una cita a ciegas. Quizá por eso, cada vez que intentamos comprenderla, nos abofetea con su incomprensibilidad (aunque bien visto, sin este juego del gato-ratón, nuestro romance con ella no resultaría tan sabroso).

Pues bien, como suele pasar con los encuadramientos certeros con que se intenta discernir la realidad, los conceptos emanados de la teoría de la complejidad se volvieron tan famosos y perseguidos como Justin Bieber en un centro comercial. Y como pasa con todos los famosos, de ellos sólo se tiene la imagen superficial que, parafraseando a Platón, alcanzamos a percibir encerrados en la cueva televisiva. Aunque los conceptos de la complejidad se reservan su vida privada para dejar ver tan sólo su figura fútil, miles de clubes de fans se abren para venerarlos.

La excepción no son los honorablemente llamados teatreros; entre algunos sectores ha cundido el impacto del “star system” de la complejidad para definir su identidad artística. Algunos se conducen con fundamento y, sin duda, conocen y ejercen de la complejidad mucho más que los dimes y diretes diseminados por los rumores. Sin embargo, otros proceden, en un mero plano intuitivo, a nombrarse artista transdisciplinario con la evidencia de haber hallado la conceptualización de un anhelo creativo que mucho tiempo atrás les rondaba la mente, tan sólo porque se dan cuenta, en este preciso momento en que la palabrita complejo suena tanto, de lo que ya hace varios siglos un tal Aristóteles había implicado: el teatro también poseía un ingrediente de espectáculo. Más de ellos siguen su camino con la convicción de que, por fin, el cielo los ha escuchado y alguien se ha atrevido a legitimar las características de su forma de creación, desarrollando la hueca satisfacción de haber descubierto el hilo negro antes que los sabios filósofos. Existen quienes se lanzan a transdisciplinar sus proyectos creativos únicamente porque está “in”, lo que les garantiza un status sobrenatural sobre el resto de los mortales. Además están los que buscan el abrigo de la complejidad para abatir la incertidumbre de no saber para qué tiznados sirve el arte y para acallar la angustia ante la pregunta de si el teatro tendrá alguna presencia entre quienes difunden el slogan sobre la existencia de un mundo “globalizado y neoliberal”.

A pesar de la diversidad de intereses, detrás de algunas de las modalidades de los teatreros que enarbolan con orgullo la insignia de su ser complejo, y su factibilidad de quehacer transdisciplinario, surge una cuestión común: la búsqueda de la sobrevivencia en un medio de producción artística cuya pauta es la escasez. Cabría preguntarse si, en gran parte de estas manifestaciones, la investidura de complejo o su identificación con lo transdisciplinario es sólo una consecuencia de la necesidad que tiene el teatrero para producir y difundir su arte, más que una postura ideológica o estética con que enfrenta el proceso de la obra artística. Para muchos, el dilema de la creación va más allá del encuentro con las tan socorridas musas inspiradoras porque deben enfrentarse a la falta de medios, estrategias, así como recursos humanos y materiales para producir, difundir y evaluar una obra escénica. En el mejor de los peores casos, la denominación de transdisciplinario resulta un modo diplomático con que el teatrero suele nombrar su situación cotidiana: como no hay “varo” para pagar a los especialistas, o siquiera a los cuates, el actor se enfrasca en las labores de gestión, producción, difusión, dramaturgia, mercadotecnia y los mil un etcéteras que constituyen el proceso de producción escénica.

El espíritu “mil-usos” que surge en el teatrero ante la inquietud de hacer teatro a costa de lo que sea, quiere legitimarse bajo el mote de quehacer complejo, como si con eso el creador pudiera sentir que supera el melodrama de artista neo-romántico con que define su vocación: “a mí que me saquen con los pies por delante, pero de un escenario”. De tal suerte que, en ocasiones, apodarse transdisciplinario resulta un modelo convincente para conseguir apoyos financieros o avales institucionales cuyo beneficio en el medio cultural resulta tan perdurable como el falso asfalto con que se tapa un bache en una carretera de tráfico pesado. Sin una reforma de fondo que compromete a varios agentes que van desde lo social hasta lo financiero, el teatrero está destinado a vagar entre los escollos de la escasez que impacta en no poseer los tres pesos para la producción, pero también en la afluencia de públicos.

Sin una cultura teatral, una vez que el chance para crear da de sí, el artista debe inventarse un nuevo proyecto creativo que cumpla con los paradigmas de ocasión, para ver si pega su chicle y logra de nuevo tener un poco de las circunstancias necesarias para la creación. Y esto sólo en el sentido financiero, porque es seguro que la formación o la creación de públicos, por poner un ejemplo, es un campo que requiere de mayores soluciones que la populista fórmula de dar pases gratis en la compra de dos cartones de cerveza. Por lo pronto, los artistas parecen querer salir de la escasez, verdadero paradigma al que les fuerza la realidad del estado de la cultura artística en nuestra región geográfica. Entre las complejidades de este gremio surgen algunos esfuerzos como la organización para el Festival del Día Mundial del Teatro, la Ley para el desarrollo cultural del Estado de Veracruz o el 1er Workshop Arte y Cultura de Veracruz, por mencionar algunos. Al menos así lo parece, aunque nunca se sabe; la compleja realidad quizá nos desengañe más adelante cuando deseosos de verla, fresca y oronda, en un seductor traje de noche llegue a nuestra cita a ciegas con mandil, tubos y la resaca de la noche anterior.

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