9 de mayo de 2011

La fachada del Partenón

Caterina Camastra se estrena en el Observatorio con una muy pertinente reflexión: ¿Qué tanto nos refugiamos en imágenes de cajón, idealizaciones cómodas, para eludir la discusión sobre la realidad de nuestros entornos? ¿Son nuestros espacios cotidianos los lugares de desarrollo y expansión de nuestros deseos, o sostenemos clichés que postergan la acción?

¿Nuestras expectativas culturales pueden ahí ser satisfechas?

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La fachada del Partenón
Caterina Camastra


Nunca he ido a Atenas, Grecia. Los prejuicios que tengo acerca de la ciudad son encontrados. Por un lado, Atenas es para mí su acrópolis, las ruinas que se han vuelto estereotipo mundial de una vaga antigüedad griega, hasta volverse dibujo, escenario, telón de fondo para cualquier reproducción. A su vez esas ruinas son una puesta en escena del pasado, aunque despojada de su más lujosa utilería: los frisos del Partenón siguen en el British Museum, en disputa sin resolver desde los tiempos del entusiasmo británico por el saqueo erudito.

Por otro lado, me han contado que la Atenas moderna es una ciudad calurosa y caótica, aquejada de tráfico y contaminación, vital e inquieta. De ahí que la imagen mental que de inmediato conjuro ante el nombre “Atenas” es la de una suerte de delegación periférica de México, D.F., surcada de choferes malhumorados y dominada por un cerro inverosímil donde hasta la cumbre resalta la silueta del Partenón, de dimensiones oníricas, con una sospechosa textura de pantalla californiana, una blancura de letrero HOLLYWOOD. Una inmaculada diadema de pacotilla coronando a una ciudad de cemento que carece –así me han contado– de más adornos.

Por otra parte, sí conozco otra Atenas, la “Atenas veracruzana”, es decir Xalapa bajo su apodo oficial. La capital cultural del estado, sede de su renombrada universidad pública, hogar de un importante museo de antropología, ciudad de bibliotecas, teatros, galerías, festivales charlas y ferias del libro, espectáculos diversos, talleres, tertulias públicas y privadas, cafés y antros de variada índole y clientela. Un apodo que seguramente no quiere hacer referencia al tráfico o al cemento de la Atenas actual, porque el otro apodo oficial de Xalapa es “la ciudad de las flores”. A diferencia de Atenas, de Xalapa se cuenta que es bonita, y es cierto. No ostenta acrópolis ni Partenón, pero atesora un sinnúmero de alturas con relativos miradores y vistas espectaculares, como la sorpresa del Pico de Orizaba en la mañana, blanco con rosa, en cualquier bajadita de la avenida Orizaba a Ruiz Cortínez. O la terraza de la cafetería del Ágora –así se llama y supongo que con toda intención ateniense, siendo un centro cultural de patrocinio público. O los entrañables remansos empedrados como el callejón de Rojas, el del Infiernillo, la placita de Xallitic, la Sexta de Juárez, Jesús Te Ampare que sube a la iglesia de San José, de cúpulas regordetas como duraznos con crema arriba de un pastel. Y los árboles y las flores que, efectivamente, tupen el paisaje a la menor provocación.

Amén de su atractivo turístico o su mítica vida cultural, la Atenas veracruzana y la Atenas de Grecia se me figuran ambas como pantallas arriba de un cerro, representaciones idealizadas, fachadas del Partenón. Todo el centro de Xalapa, pequeño en fin, es su acrópolis: más allá de sus linderos se extiende una ciudad algo menos idílica, una Atenas moderna aquejada por las desventajas del caso –algunas comunes a las más de las Estridentópolis contemporáneas, otras propias de la orografía, la historia, la economía y demás contingencias locales. Así, conforme se aleja uno del centro, en especial rumbo a ciertas colonias, va desapareciendo la acrópolis punteada de jardines y surcada de callejones, para llegar a los barrios en que cada temporada de lluvia se repite el desastre de los derrumbes de calles y casas. Primero algunos detalles, como los botes de la basura (trate usted de encontrar uno fuera de las tres cuadras de Enríquez y Juárez entre Carrillo Puerto y Clavijero), luego se van perdiendo los lindos toques de arquitectura urbana pública, hasta que se impone una generalizada falta, una escasez visible e invisible: de alumbrado en forma, de pavimentación, de drenaje, por no hablar de algo tan extravagante como los espacios públicos para el disfrute de la cultura.

La Atenas veracruzana va pareciéndose más, al fin y al cabo, a la caótica Atenas actual que al mítico esplendor de una abstracta antigüedad griega. En la acrópolis de Atenas no pasan coches, por ejemplo, mientras que el centro de Xalapa se encuentra invadido por un tráfico más y más congestionado. Entre las brumas de la contaminación más que del mito, el lindo centro de la ciudad de las flores se desdobla, a su vez, entre paramentos embellecidos e interiores, si no derruidos, algo problemáticos. En esta serie de textos nos proponemos justamente mirar atrás de la fachada del Partenón, adentro de nuestras experiencias como productoras/consumidoras de cultura. Desde el punto de vista de habitantes de esta ciudad por libre y amorosa elección, ya sea que aquí hayamos nacido o hayamos llegado por variadas circunstancias.

Compartiremos la mirada entre bambalinas del miembro de un gremio especialmente presente y pertinaz en Xalapa –los teatreros–, quien reflexiona acerca de lo “multidisciplinario” como fachada academizante de la escasez. Nos embarcaremos en la odisea de la lectora frustrada que navega de librería en librería en búsqueda del autor inexistente, curiosa condición que parece afectar a escritores, para colmo, vivientes –ni que se tratara de una ciudad invisible en lugar de la Atenas veracruzana. Sabremos de los avatares de la tradición de los conciertos de jazz, en peregrina búsqueda de foros adecuados, por el relato de una atenta periodista que gusta tanto del jazz como de la ciudad.

Desprovista de edificio, la fachada del Partenón puede volverse el más banal y chabacano: recuerdo la imagen de la fachada blanca realzada por neones de colores de un antro en Boca del Río, con tímpano triangular, columnas de rigor y bajorrelieves de péplum. El lugar se llamaba, justamente, Atenas. Otra Atenas veracruzana, ironía involuntaria de la realidad inocente frente a las grandilocuentes intenciones de los apodos oficiales. Más allá de ellos, detrás de la fachada, esta serie de textos quiere contribuir a la reflexión acerca de los espacios y cauces que queremos en la ciudad de las flores (apodo que personalmente prefiero: más gentil y ligero) para la cultura y su disfrute, así como a las maneras y herramientas de que disponemos para tratar de traducir la visión en acción (véase la discusión acerca de la necesidad de reglamentos para la Ley para el Desarrollo Cultural del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, promovida en este mismo Observatorio).

2 comentarios:

Colectivo dijo...

De Felipe Ehrenberg:

¡Caramba, pero qué bien escribe Caterina!!! Y qué bien describe a Xalapa, a esa pobre Xalapa cuyos "jalapeños ilustres" (sí, con 'j') han degradado de manera sistemática desde que el Gral. Enríquez decidió decretarla ciudad Capital. (Llamar ...la "la Atenas veracruzana" fue un golpe maestro de mercadotécnia temprana...)
Como fuera, todo tiene salvación, por más que demore.
Autoadoptado veracruzano -siguiendo los pasos de Agustín Lara- crié a mis hijos y prosperé en la vecina ciudad de Xico. No obstante, respeto y hasta quiero a Xalapa. Así que... ¡ni se le ocurra quitarle el dedo al renglón!
La saludo desde São Paulo

David dijo...

Cuando viajo trato de ir a alguna ciudad interesante y por eso me gusta ir principalmente a sitios en donde pueda disfrutar de ver cosas que tengan que ver con la historia. Por eso a la hora de buscar en lan en argentina mi búsqueda se orienta con dichas características