Vamos a hacer un espacio para recordar a la Negra Graciana, quien se nos fue hace una semana, el lunes 29 de julio. Porque la memoria es corta, porque basta una semana para que la Negra se difumine en algunos espíritus, porque no acabamos de llorarla.
Queremos subir este texto para recordarla, más allá de la apología fúnebre de último momento. Queremos recordarla más allá del mito que se le quiso fabricar, estilo Césaria Évora, música de las cantinas que asciende hasta las salas de concierto mundiales...
La Negra fue conocida, fue escuchada y eso le cambió la vida en cierta forma. Pero sus referentes, el contexto en el que transcurrió su cotidiano siguió siendo el mismo.
Sirva este texto, escrito por Gilberto Gutiérrez (director de Mono Blanco), como un homenaje a ella y un recordatorio sobre la vida de los músicos que como Graciana se ganan la vida en el llamado charoleo, en la pasada del sombrero. Músicos que no tienen la fortuna de ser "encontrados" y que mueren haciendo música, cómo pueden y con lo que tienen, pero haciendo música.
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Graciana, La Negra...
Gilberto Gutiérrez
No conocí a la Negra Graciana en los Portales de Veracruz. Con todo y que a finales de los años ochenta los frecuenté por un tiempo, cuando me fui a vivir a Veracruz.
Pienso
que ella no trabajaba de noche, sino por las tardes. Yo iba en las
noches porque había varios músicos formidables y personajes muy
porteños. Entre ellos Don Memo López que con un cuarteto tocaba,
entre otras cosas, los éxitos del Trío Matamoros. Pasaban también,
entre mariachis, marimbas y norteños, Don Nicolás Sosa, Los Tigres
de Jamapa y Los Chalchihuecan. Es un hecho que en los portales de
Veracruz los jarochos no abundan.
Por
ese tiempo conocí Mary Farquharson y más tarde, a través de Mary,
a Eduardo Llerenas (Discos Corasón).
En esos tiempos, también, la Casa de Cultura de Medellín invitó a Mono
Blanco, a través del IVEC, al homenaje que le rindieron a Don
Romualdo Silva Susunaga, arpista de Rancho del Padre y tío de la
Negra Graciana. Lo acompañaban Pino Silva, hermano de la
Negra y Don Rosendo Lara, jarana y violín, respectivamente. Ese día
los familiares nos invitaron a la fiesta que hicieron con motivo del
cumpleaños -cien años cumplía- de Tio Ruma, como de cariño le
decían.
Fue
una fiesta memorable, con Don Romualdo tocando el arpa en el formato
que, recalcaban, era típico de ahí: arpa, violín y jarana.
Platicaron de la desaparecida usanza de los fandangos en la región,
que compartieron espacio en algún momento con la danzonera de Memo
Salamanca. Primero el danzón, y a partir de la media noche el
fandango.
Fue
placentero tocar con ellos y un lujo escuchar un danzón con arpa,
violín y jarana, reflejo de la convivencia platicada antes.
A la Negra Graciana la conocí cuando presentó el disco que le produjo
Discos Corasón y que le cambiaría la vida. Fue en aquel lugar
llamado El Hábito, en Coyoacán. La presencia de Pino Silva, con
quien ya tenía yo amistad, hizo que el encuentro se diera en
camaradería. La jarana que tocaba Don Pino tenia recientes
reparaciones que yo le había hecho. Y sí, ahí conocí a La Negra,
de presencia fuerte y con la elegancia de los afrojarochos de
Veracruz. La acompañaba su hija, bailadora, con quien tuve el gusto
de zapatear.
Hablé
poco con ella, era su noche, y el escenario la esperaba. Después de
su exitosa presentación, el público se le entregó totalmente,
convivimos un poco y nos despedimos.
Después
de ese día la encontré algunas veces en los Portales de Veracruz.
Platicábamos un poco y me contaba de las invitaciones que recibía
para tocar, principalmente en Europa. Poco a poco iba menos a los
Portales y más a festivales en todo México y el mundo.
Una
tarde acompañé a mi amiga Maruchy Behmaras a los Portales. Maruchy
buscaba a la Negra para invitarla a participar en Cumbre Tajín,
donde se presentaría con otras cantantes. Tomamos una mesa y al
invitar a Graciana a acompañarnos el encargado del bar nos dijo que
ella, la Negra, no podía sentarse, como no puede sentarse ningún
músico de los que ahí trabajan. -Es nuestra invitada, dijo Maruchi.
-Nomás no se puede, nos respondieron. Indignante e inexplicable
actitud que hizo nos retiraramos. Acordamos visitarla en su casa para
que ella y Maruchy definieran todos los asuntos de su presentación.
Vivía en las periferias de Veracruz, por los rumbos del aeropuerto.
Lugares que fueron ranchos, quizá parecidos al lugar donde ella
nació, y que fueron invadidos por la mancha urbana.
La
Negra Graciana fue solista; ella y su arpa recorrieron los Portales y
más tarde el mundo. En una de esas andanzas nos encontramos en
París, en La Casa de México de la Ciudad Universitaria. Además de
dar residencia a los estudiantes nacionales en Francia, la Casa de
México también brinda hospedaje a intelectuales y artistas que van
de paso o hacen pequeñas estadías. Y ahí, por unos días,
coincidimos Mono Blanco y Graciana. Nosotros en gira y ella
presentando un disco que le produjeron por esas tierras.
Ella,
para este viaje, se hacía acompañar de dos músicos de diferentes
grupos, conocidos nuestros también. La cultura patriarcal, machista
que les era propia no les permitía ser amables y corteses con la
Negra. Sí, la acompañaban, pero no se sentían parte de ella, parte
de la música que ella creaba. Ellos, hombres acostubrados a ser
liderados por hombres, no podían sentir respeto y autoridad por
Graciana.
En
la lavandería de la Casa nos encontramos. -¿Están lavando ropa?,
preguntó. -Sí, estamos lavando. -Ay manito, yo no sé cómo se
usan estas máquinas. -No hay problema, tráigase su ropa que ahorita
la lavamos.
Más
tarde Octavio, que planchaba su guayabera, le dio una asentada al
vestido con que actuaría esa noche. Al otro día la despedimos. El
Señor Vega le cargó la maleta y Octavio el arpa hasta el coche que
la llevaría.
Definitivamente
no éramos de distinta “especie”. Sólo que la vida nos puso en
tiempos y espacios diferentes. La Negra no estuvo en el mejor lugar y
momento para desarrollar su arte; aunque fue suficiente para llamar
la atención de Discos Corasón, gracias a quienes trascendió los
Portales y de este modo su calidad de vida mejoró.
Sencillamente
ella fue única e irrepetible. Mujer que supo sobreponerse a la
cultura machista de los Portales y que con su arpa sacó adelante a
su familia. La recordaremos andando por los arcos del zócalo porteño
y de ahí a los escenarios del mundo. Hasta pronto, Graciana.
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