En esta ocasión queremos reflexionar sobre lo que ha significado para el imaginario veracruzano la inclusión -desde hace treinta años y a través de los programas del IVEC- de la raíz africana en el repertorio de representaciones de lo jarocho. Christian Rinaudo escribe acerca de este espacio de identidad que se ha abierto donde se negocian las pertenencias simbólicas de lo veracruzano...
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En México, los años setenta y ochenta marcaron por un lado, el fin de un largo periodo posrevolucionario, de un nacionalismo cultural centralista y homogenizador, del desarrollo de las infraestructuras culturales y de la multiplicación de las instituciones nacionales destinadas a promover la cultura; por otro lado, el inicio de un proceso de descentralización cultural impulsado por la Federación así como la puesta en marcha en todos los Estados de la República de Secretarías, Institutos o Consejos de Cultura definidos como promotores y ejecutores “de toda política cultural que aspire a ser nacional”(1).
Es dentro de este marco que en 1987 se creó el Instituto Veracruzano de Cultura (IVEC) bajo el amparo de la Ley 61 del Gobierno del Estado de Veracruz. Los años que siguieron a su creación estuvieron marcados por una dinámica de experimentación de una política cultural descentralizada aplicada al Estado de Veracruz. Es interesante destacar unos elementos que marcaron lo que podemos analizar como una inscripción caribeña y afrocaribeña de la política cultural de Veracruz.
El primero es el que consistió en institucionalizar un trabajo iniciado desde finales de los años setenta, con el rescate y difusión del son jarocho campesino como “autentica tradición musical veracruzana” y del fandango como “fiesta comunitaria tradicional de la región”. Se trataba no solamente de romper con la visión centralista de la cultura, sino igualmente de escapar de la rutina del son comercial instaurado desde el desarrollo de la radiodifusión en los años cuarenta y de la fijación progresiva del cliché de “los jarochos vestidos de blanco, bailando la bamba”, el cual va de la mano con las nuevas lógicas de entretenimiento cultural y con la espera de la presentación de un “folclor nacional” buscando deshacer de connotación de “pobre y campesino” y su relación histórica con “lo negro” y “la negritud”(2).
El segundo elemento fue el trabajo de revalorización del danzón y del son montuno en la misma ciudad de Veracruz. Estos dos estilos musicales y de danza de origen cubano fueron introducidos a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, gracias a la comunicación permanente que existía entonces entre los puertos de La Habana y Veracruz, pero también gracias a la presencia de una pequeña comunidad cubana que sin duda facilitó su rápida infiltración en las colonias populares y su expresión en las plazas públicas de Veracruz hasta convertirse en una de las principales atracciones de la ciudad señaladas en todas las guías turísticas.
Estos dos elementos relacionados con la música popular se juntaron con un tercero: el que consistió en impulsar una reflexión académica sobre el Caribe y su herencia africana, lo que dio lugar, primero en la organización de varios foros entre 1989 y 1992 por el Centro de Estudios del Caribe del IVEC, luego, en la creación del Festival Internacional Afrocaribeño, en 1994.
Ahora bien, esta dinámica consistió en asociar de una manera coyuntural dos orientaciones distintas: una centrada en África, y la otra en el Caribe; una dedicada a estudiar la herencia cultural “afro” en el marco del Programa nacional Nuestra Tercera Raíz impulsado por Guillermo Bonfil Batalla en la Dirección General de Culturas Populares y coordinado por Luz María Martínez Montiel, otra insistiendo en la diversidad de las influencias y en la creatividad cultural y social de una “civilización popular” que no se identifica como “negra” pero que sí reconoce su influencia africana, tal como lo planteó Antonio García de León a partir de una reflexión sobre el “Caribe afroandaluz”(3). Aunque muy distintas en sus orientaciones teóricas y en su manera de centrar la reflexión sobre una población, “afrodescendiente”, o sobre un territorio, “el Caribe”, estas dos tendencias se reencontraron en su rechazo al “blanqueamiento” expresado por una sociedad local no siempre deseosa de reconocer y rememorar sus propios orígenes afromestizos y su cercanía cultural con el Caribe.
Así, cualquiera que sean los desvíos comerciales y exotizantes de este festival que examinaremos en otra ocasión, estos treinta años de promoción de lo que fue llamado “la tercera raíz del mestizaje” tuvieron por resultado una modificación de la representación de “lo jarocho” y contribuyeron al paso de un periodo histórico (el de los años treinta a setenta) caracterizado por la negación de la herencia africana, a otro periodo en el cual la raíz africana del mestizaje hace parte de la visión de la identidad local. Ello no significa por supuesto que ésta sea aceptada como tal en todo caso, sino que se impone en adelante como una norma, de tal manera en que los juegos de los actores sociales consisten precisamente en posicionarse para con esta visión que aceptan o rechazan, asumen o sufren, y para con esta dimensión específica de la representación del mestizaje local —la llamada “tercera raíz”— que ya no deja de hacer parte del juego social y de influenciar los movimientos culturales.
Es en este marco que asistimos a la puesta en relieve de la dimensión “afro” dentro de la música popular veracruzana —tanto en el son jarocho “tradicional” como en el ámbito de la llamada “música afro-antillana” o “afro-hispánica de las Antillas”(4). Y esta africanidad electiva cada vez más presente en el campo de los discursos sobre la música popular es también la expresión de una frontera social por la cual la élite cultural se distingue de la élite conservadora de Veracruz.
(1)Programa Nacional de Cultura 2007-2012, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2007, p. 14.
(2)Pérez Montfort Ricardo, “El ‘negro’ y la negritud en la formación del estereotipo del jarocho durante los siglos XIX y XX”, Expresiones populares y estereotipos culturales en México. Siglos XIX y XX. Diez ensayos, México, CIESAS, 2007, p. 200.
(3)García de León Antonio, “El Caribe afroandaluz: permanencia de una civilización popular”, La Jornada Semanal, n°135, 12 de Enero 1992, p. 27-33.
(4)Figueroa Hernández Rafael, Salsa mexicana. Transculturación e identidad, México D.F., Con Clave, 1996, p. 14.
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