¿Viva la Revolución?
Ishtar Cardona se pregunta en este post que tanto tienen de vivas Doña Revolución Mexicana y sus demandas, y cómo se resuelve la ecuación entre las postales de nuestra mexicanidad surgidas de la acción estatal postrevolucionaria y las realidades de quienes viven en ellas a diario.
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"Yo me fui a la Revolución
a luchar por el derecho
de sentir sobre mi pecho
una gran satisfacción.
Pero hoy vivo en un rincón
cantándole a mi amargura
pero con la fe segura
y gritándole al destino
que es el hombre campesino
nuestra esperanza futura."
Arcadio Hidalgo
Vivimos tiempos de memoria a zurcir.
Después de los festejos del Bicentenario, con menos pompa y fausto se ha sacado de paseo a Doña Revolución, que ya no es la muchacha bragada, respondona y malcriada de sus primeros años, ni siquiera la dama arregladona y respetable cuya honra fue celosamente defendida y pregonada por los hijos que de ella sacaron tajada durante décadas. Doña Revolución más bien parece la abuelita abandonada, borrosa y lejana que no se acaba de morir, con su costal de anécdotas gloriosas que no interesan a sus herederos.
Total, el mundo es otro, y quienes se encargan de administrar sus bienes se mueven en otros cielos, de modernidad y cosmopolitismo, libre mercado, apertura financiera y estabilidad macroeconómica. No se quieren acordar de ese pasado ranchero y bronco. Los rincones jodidos funcionan mejor como tarjetas postales, y la pobreza sólo se ve bien cuando el jacalón está limpio, las trenzas peinadas y la honra no se pone al tú por tú con el de arriba. Los balazos nada más suenan bonito en las películas de charros, y hasta los barrios proletarios de las ciudades mexicanas tienen algo de poesía si los habita David Silva (o los cuenta Buñuel, aunque tardemos en encontrarle la belleza).
El Estado Nacional Mexicano le dio sus cartas de nobleza al maguey y a la hacienda, al zapateado y al pescador bajo la luna de plata, a la fiesta de Todos Santos y al canto dolorido del desposeído. Vapores imaginarios que si bien no encontraron solución a la pobreza que se les aparejaba, fueron acomodados en el catálogo de imágenes folklóricas de la Patria Postrevolucionaria. El señor papantleco que vende camisas de manta podrá no conocer la estabilidad económica en su cotidiano, pero con una buena luz y encuadre funciona perfectamente para un spot turístico.
Los pequeños pueblos, si no logran erigirse en bastiones del primor patrimonial, serán engullidos por los cinturones conurbanos. Los rebozos se compran en los mercados de las comunidades menos urbanizadas, o en las tiendas de artesanías que ofrecen el pasado a precios del futuro. La música compite para entrar en los listados de las herencias mundiales, pero se deja al músico al aire de su frágil contexto.
Los pleitos por la equidad social son aguas de otros ríos: la clase media mexicana logró ser mucho más abundante que en cualquier otro momento histórico. La Revolución nos cumplió, lo demás es ganancia. No importa que después del Milagro Mexicano –resultado del trabajo de los Hijos de la Revolución- nos hayan noqueado sucesivas crisis que han vuelto a poner a los arribistas clasemedieros en su lugar, en la pendiente de la resbaladilla. Eso no es problema de nosotros, canta el nieto lejano de Doña Rev, la mundialización es así.
Y sin embargo, en todo esto hay mucho de mascarada, de realidad de tablaroca. Los libros de texto nos contaban como habíamos salido de la barbarie, de la carabina 30-30, del asesinato político, de la égida de los generalotes para entrar en un México limpio y civilizado, de eficacia y bienhechura republicana. Pero basta abrir un periódico de hoy por la mañana para constatar que ese México bronco nunca se fue, que la barbarie se mal amarró con un mecatito podrido y ya se soltó, que la carabina se multiplicó en AK-47, que los hombres políticos siguen cayendo plomeados (con su cauda de civiles igualmente acribillados), que miles de mexicanos viven bajo la sombra de nuevos señores de la guerra.
Podríamos hacer con la abuelita moribunda lo mismo que con las tarjetas postales que nos dejó en legado: buscarle los otros ángulos a su historia. Una cosa es lo que nos contaban los hijos preocupados por su honra, y lo que medio festejan sus nietos desmemoriados, y otra las demandas inexorables que la muchacha retobona gritaba a lomos de tren o de caballo por todo el territorio nacional. Cuando se volvió una Doña respetable esos gritos se apaciguaron y diluyeron; el problema es que sus causas no desparecieron del todo. Y los rezagos y olvidos nos están pasando factura ahora, más urgentes y críticos. No hay sombrero de charro, rebozo, sarape, escenografía ni postal que alcance a tapar el horror, ni conjunto jarocho, mariachi o sonidero que enmascare los gritos.
A Doña Revolución ya se la cargó el tiempo, pero sus búsquedas, su preguntas se quedaron acá y siguen sin sus respuestas. Podemos quedarnos con el retrato de la viejita inmaculada, respetable y su colección de tarjetas postales como una gran foto de familia por encimita feliz. Podemos también preguntarnos qué se quedó sin resolver la abuelita, con ese miedo a las cosas pendientes que tiene el que se niega a acabar de morir.
¿Y si nosotros nos volvemos a hacer esas preguntas, les encontramos respuesta a nuestro modo, pero respuesta cabal, y le damos vuelta a la página?
Tal vez ya no necesitaremos canciones de cuna revolucionarias, ni clichés inmóviles y sepias para decirnos en qué consiste ser verdaderamente mexicanos.
2 comentarios:
De Felipe Ehrenberg:
Adorable Ishtar, confunde usted La Revolución con los que se adjudicaron sus consecuencias. El alzamiento fue a todas luces legítimo y fue apasionante y cayeron muchos por que desembocará en algo. Quienes hoy maquillan su memoria, sean de derecha o de izquierda, ni por asomo serían capaces de lanzarse en una gesta similar.
Gracias, Don Felipe, por lo que de adorable me toca... Pura licencia literaria.
En realidad, creo que por un lado están los herederos de administrar la obra de la Revolución y por otro van rodando los ideales de ésta. Y como no han tenido respuesta, creo que sus gritos cada vez son más urgentes, aunque los hayan querido aligerar, entonar (obras sociales, sindicatos); y a la Revolución la hayan querido volver una señora respetable (institucionalizarla).
Yo también creo que tanto quienes siguen colgándose de sus beneficios como quienes solamente la recuerdan por deber político son incapaces de dimensionar el significado de la Revolución y preguntarse si deveras ya concluyó.
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