8 de noviembre de 2010

La cara cambiante de Veracruz

Reflexionando sobre las posibilidades del desastre, sus causas y transformación del contexto que lo originó: Melanie Lombard responde el post anterior y, narrando brevemente el ejemplo xalapeño, nos ofrece una perspectiva objetiva sobre la prevención de las contingencias -climáticas entre otras- anclada en las condiciones estructurales, y no en la imprevisibilidad de las "fuerzas naturales" o en el capricho de la fortuna.

Melanie es Doctora en Planeación y actualmente es profesora en Desarrollo Urbano en el Centro de Investigaciones de Urbanismo Global (Global Urban Research Centre) de la Universidad de Manchester. Su tesis doctoral se tituló "Vivienda popular, marginación, tenencia de la tierra, regularización y construcción simbólica del espacio habitacional en colonias populares de Xalapa." Es decir, Melanie sabe de lo que habla...


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La yuxtaposición propuesta en la entrada de blog “Urbes Veracruzana, ideas y realidades en tela de juicio” nos presenta dos polos de imágenes idílicas de la región – la del puerto caribeño de Veracruz, y la de Xalapa, la ciudad de flores – antes de romper este esquema con la invocación de la realidad actual del Estado. Según lo anterior, esta realidad consiste en “la suciedad, la falta de armonía, la pobreza, (y) las trazas irregulares”.

Estos efectos pueden ser considerados como las herencias de una larga trayectoria de urbanización, vinculado con los procesos de la globalización, a nivel del país. Las décadas de rápido crecimiento de las ciudades mexicanas, tal como en otros países de la región, conllevaron la industrialización y la migración masiva de las zonas rurales a las urbanas, concentrando en las grandes ciudades necesidades humanas a una escala difícil de atender por las entidades administrativas. En el contexto de los efectos del programa de ajuste estructural, esta capacidad disminuyó aun más.

En el Estado de Veracruz, algunos efectos de la globalización se han sentido más fuertemente que otros, como la reforma agrícola, simbolizado por la firma del TLCAN, a lo que se sumaron los efectos de la fluctuación en los precios de ciertos productos de la región, como el tabaco, el café y el azúcar. En este contexto, la población de Xalapa, capital del Estado, creció de 205,000 en 1980, a 336,000 en 1995. Este patrón de crecimiento urbano, visto en otras ciudades veracruzanas pero a una escala menos extrema, es vista por los medios locales como responsable de crear una “ciudad de invasiones” (http://www.oem.com.mx/elsoldecuautla/notas/n982204.htm), donde la planeación ya no existe, y la ciudad se deteriora ante el cambio demográfico.

Lo cierto es que en las urbes veracruzanas, los efectos de la rápida urbanización están cambiando para siempre su carácter. Además, se puede observar tendencias de marginalización social y exclusión espacial, aguzando algunas de las tendencias ya existentes como desigualdad y pobreza en el escenario urbano.

Pero detrás de estos temas se encuentra la vulnerabilidad de la población urbana más marginalizada. La vulnerabilidad en este contexto se reconoce por la condición de no poder recuperarse de choques inesperados: se trata mayoramente de choques económicos, pero pueden estar relacionado con la salud, las condiciones físicas de alojamiento, la violencia, etc. Entonces la circunstancia de vulnerabilidad se extiende a diversos sectores, incluyendo los efectos de la globalización, y más concretamente, los efectos del cambio climático.

Este fenómeno se vio en Veracruz hace poco. Los daños sufridos por las tormentas tropicales nos sugieren que esto puede repetirse en el futuro. A nivel global, nuestro clima está cambiando; pero desgraciadamente, son los más pobres quienes van a sentir más gravemente los efectos de este cambio. Como se ha visto en el caso de las últimas inundaciones, los más marginados son los más vulnerables. Son ellos quienes viven en los lugares menos aptos para la habitación – al borde de los ríos, en las zonas aluviales, en pendientes en las afueras de la ciudad – la mayoría del tiempo no por elección, sino por falta de alternativas. Además, la oferta de servicios muchas veces no se facilita en estas condiciones de vida, lo que implica una calidad de vida ya baja, sin tomar en cuenta los efectos de desastres climáticos.

Todo ello implica que para atender a los efectos del cambio climático, hay que tratarlo como un asunto de justicia social, empezando con la vulnerabilidad de los más pobres. Implica integrar las prioridades de enfrentar la pobreza y la desigualdad urbana – donde ha habido avances grandes, pero todavía no suficientes – con las políticas de infraestructura impulsadas por las inundaciones y otros efectos del clima.

Como se ha destacado anteriormente, el momento de actuar para las autoridades y los ciudadanos es ahora; pero hay que empezar en los lugares más marginalizados, donde hay menos capacidad de responder a una escala apropiada, si bien existe la capacidad informal, a nivel individuo y de hogar. Ver el tema de cambio climático como un tema de justicia social tiene grandes implicaciones, y ya se esta haciendo en otros lugares del mundo. Ante un futuro incierto, actuar ahora es imperativo.

1 comentario:

Colectivo dijo...

De Pía Ojeda Valdés:
El desastre es inminente.........creo q el hombre se ha vuelto muy avaro¡¡¡