30 de julio de 2012

Recuperemos memoria: EL TLCAN Y LA POLÍTICA SALINISTA III

Continuamos esta semana con el texto de Irene Álvarez Rodríguez "¿La salida del laberinto? El TLCAN y la política salinista". 

Recuperemos memoria.
Está a la vuelta de la esquina un pasado reciente que nos observa.

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¿LA SALIDA DEL LABERINTO? EL TLCAN Y LA POLÍTICA SALINISTA
(Tercera de cinco partes)
Irene Álvarez R.


IV. EL TRATADO. EXPECTATIVAS Y RESULTADOS.

Las expectativas fueron altas: los mexicanos, quizá contagiados por el optimismo presidencial, esperábamos un acercamiento sustancial en relación a Estados Unidos y Canadá en términos de desarrollo. También se pensaba en una cierta cooperación entre los países, en convergencia económica, en una mejor distribución del ingreso… en fin, había un ambiente medianamente positivo ¿se daría vuelta a la página?, ¿Se dejarían atrás las crisis económicas, las devaluaciones? ¿Cambiaríamos el defenderé el peso como un perro por export goods, not people? Ciertamente este sentimiento de estamos-en-la-antesala-de-la-modernidad estaba acompañado de un, modesto pero siempre bienvenido, crecimiento económico, el cual acreditaba a Salinas como el perfecto Virgilio que nos ayudaría a atravesar el purgatorio de economías emergentes para llegar al paraíso del pleno desarrollo.

Con un crecimiento promedio de 3% anual y per capita constante durante el periodo presidencial, parecía que la inflación, por fin, estaba controlada. La impresión de la ciudadanía era que la economía nacional se estaba normalizando y que las mejoras continuarían [Centeno, 1997: 3].

Efectivamente, tras firmarse el TLCAN y entrar en vigor las exportaciones se vieron muy fortalecidas. Según Jaime Ros, el crecimiento de las exportaciones "aumentó de una tasa de 5.8% al año en el período 1982-1993 a una de 11.1% entre 1993 y 2005" [Ros, 2008 : 540]. Asimismo, las exportaciones e importaciones "se expandieron a tal grado que el total combinado como proporción del PIB aumentó de 27% en promedio en el período 1982-1984 a cerca de 60% en 2001-2005"[Ros, 2008 : 540]. Mas, ese fortalecimiento del comercio internacional no ha sido capaz de mejorar considerable y consistentemente la economía nacional.

Lo que deseo señalar es que aunque muchos de los objetivos principales planteados en el TLCAN se cumplen –se atrae inversión extranjera y se refuerza al sector exportador—, estos beneficios no se replican como crecimiento general y sostenido, ni con alzas significativas en las tasas de ocupación. Es difícil decir cuáles han sido las causas de esta falta de impacto, algunos analistas sostienen que quizás parte de la problemática esté vinculada con el hecho de que las manufacturas tengan, en realidad, poco contenido mexicano: "[c]recen dichas exportaciones exponencialmente pero están desconectadas de las cadenas productivas mexicanas y por ello no jalan tras de sí al resto de la economía, ni generan empleo indirecto" [Arroyo, 2001: 6].

Maurer apunta que uno de los grandes defectos del TLCAN es que pretende suplir la inversión doméstica con inversión extranjera, lo cual genera un lento crecimiento en lo tocante a bienes no-comercializables, así como un alza en sus precios. También establece que ciertos sectores importantes como el de la educación o el sistema financiero no experimentaron ninguna clase de reforma o redireccionamiento. Lo que queda claro es que el acuerdo estaba lejos de ser integral: la inversión parecía concentrarse en la industria manufacturera, no había un involucramiento de parte de muchos de los sectores, ni se estaban generando las condiciones para producir más oportunidades de empleo o trabajos mejor remunerados.

A pesar de que el crecimiento de la economía es notorio desde la implementación del TLCAN en el año de 1994, muy probablemente por el dinamismo en las exportaciones, este crecimiento es muy desigual: no involucra a todos los sectores de la economía. Sectores como el de transportes y comunicaciones, industria eléctrica, servicios financieros y por supuesto la industria manufacturera muestran altas tasas de crecimiento; mientras que sectores ligados al mercado interno, tales como la agricultura o la industria de la construcción registraron un crecimiento más bien pobre [Arroyo, 2001: 15] (1). Esto hace ver que quizá uno de las debilidades del TLCAN es que descuida la inversión doméstica y que la manufactura de los productos mexicanos incluye a sectores muy acotados y no requiere un nivel alto de especialización –lo cual implicaría la no-reestructuración del sector educativo, quizá la poca generación de empleos y el alza mínima en los salarios.

Los ciudadanos esperábamos que nuestro calvo Virgilio nos llevara a un lugar que dejara atrás los desastres económicos y políticos que habían antecedido al gobierno del momento: esta vez sí podría haber crecimiento y baja inflación… lo cierto es que esta aparentemente afortunada conjunción –crecimiento del 3% per capita y anual consistente durante el sexenio y una inflación controlada— junto con un tratado que prometía más cosas que un enamorado no desembocaron en muchos más empleos y mejor remunerados –hay que recordar justamente uno de los argumentos para atraer la inversión estaba fincado en la mano de obra barata— o en un crecimiento sostenido (2).
(CONTINUARÁ)

NOTAS 
(1) Para el año 2000, la agricultura estaba en el último lugar de crecimiento ya que "sólo creció en siete años 14% y se perdieron 1,782,068 empleos agropecuarios. Es el mismo caso el de la industria de la construcción que sólo creció en el período 14%.30 Las ventas en el mercado interno en abril de 2001 son 6.4% menores que en 1994, pero llegaron en 1996 a estar 22.8% abajo. Además, las ventas en las tiendas de abarrotes, donde compra la gente más pobre en abril de 2001, son 21.2% menores que en 1994.31 Sólo han mejorado las ventas a los sectores de altos ingresos." [Arroyo, 2000: 15].

(2) Se crearon un millón de empleos durante el sexenio. Una cuarta parte de los que se necesitaban. La idea de atraer inversión-mantener la paridad peso y dólar-invertir en empresas productivas tenía más complicaciones de las que presentaba en primera instancia. Este esquema condujo a un peso sobrevaluado, a una reducción del presupuesto público, a un consumo excesivo de bienes importados, empobrecimiento de un campesinado incapaz de competir con la industria agroindustria estadounidense y puso a la economía mexicana a merced de los mercados de capital externos. Igualmente, un punto fundamental en el esquema de acción del TLCAN fue obviado: el nuevo capital no se invirtió en empresas productivas sino en especulación bursátil: la inversión nacional siguió a la baja [Centeno, 1997: 4].

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