4 de julio de 2011

De patrimonios, dineros y derechos...

Empezamos en el blog una serie de reflexiones derivadas de los acercamientos temáticos que hemos presentado durante esta primera mitad del año: legislación, consumo y derechos culturales.

Ishtar Cardona intenta un primer acercamiento a un asunto delicado: la relación entre creadores e instituciones tomando como ejemplo el caso de los festivales de son jarocho.


______________________________________
De patrimonios, dineros y derechos...
Ishtar Cardona


El 14 de julio próximo inicia el 8o. Festival del Tesechoacán en Playa Vicente, Veracruz. Fundado a partir de la iniciativa de Arturo Barradas, el festival se ha posicionado como una de las citas más importantes para los entusiastas del son jarocho durante estos últimos ocho años.

En la reciente edición electrónica de la revista Proceso, aparece una nota firmada por Ricardo Jacob dando cuenta de este evento. En la nota se insertan fragmentos de entrevista con Arturo Barradas, quien -como suele suceder en estos casos- narra los gustos y sustos implicados en la organización del festival.

En la lista de sustos aparece (como siempre) el fantasma de los dineros. Barradas dice:
“Hasta el momento sólo tenemos apoyo federal, que está aportando los traslados de todos los grupos, que es como la mitad de la inversión del festival. Nosotros como proyecto estaremos aportando todo lo de alimentos y la chamba, como siempre, y al parecer el Ayuntamiento se hará cargo de lo que falte (sonido, publicidad, etc.).”

El Conaculta y el Ayuntamiento de Playa Vicente ponen recursos. El escalón faltante es el estatal.

El son jarocho, debido a la reactivación que el género en sí ha manifestado en los últimos años, se ha colocado en un lugar que lo torna apetecible para cierto tipo de acciones públicas: a través de su reformulación, se han podido ordenar discursos sobre la vitalidad cultural veracruzana, se ha reflexionado sobre la capacidad de la música para reforzar el vínculo comunitario y se han diseñado de forma más o menos visible estrategias para aprovechar el valor económico que este patrimonio puede generar.

Resulta innegable hablar del impacto que en ciertas comunidades el son ha provocado, así sea a escalas moderadas. Las formas de socializar entre sectores jóvenes se han modificado por su inserción al medio jaranero. También es cierto que la práctica musical ha hecho brotar proyectos de gestión que abarcan más que la técnica musical. Y en ciertos casos, pocos pero existentes, ha permitido que algunos colectivos lleguen a un mediano equilibrio económico.

También es sabido que en los años de crecimiento del llamado movimiento jaranero, se generaron de forma más o menos evidente sinergias con instancias de gobierno que en ocasiones apoyaron genuinamente el trabajo de los soneros, y en otros casos solamente se subieron a la ola del prestigio renovado del género. Tanto a nivel local como estatal y federal.

Resulta notable, aunque a la mala leche del pesimismo le sea natural, que con todo y Tajines y Jarochos dancísticos que van y vienen, los aparentemente pequeños proyectos tengan dificultades para obtener recursos de buena fe por parte de las autoridades estatales.

Sería ingenuo pensar que no existen agendas y tiempos políticos que -desde las lógicas de lo pragmático- pretenden capitalizar los espacios y públicos creados en torno al movimiento sonero. En todo caso los eventos producidos desde la red de gestores infusos del son (y esto dicho con mucha admiración) tienen su jale, sus audiencias cautivas, y en continuación de la antigua función social del fandango que se erigía en espacio de resolución de conflictos de lo social, siguen haciéndole campo a las demandas de la comunidad.

El Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan durante las fiestas de la Candelaria es un buen ejemplo de cómo un espacio de este tipo ha servido para visibilizar demandas, exigir derechos, confrontar al "otro" (que no piensa como yo, que no toca como yo) y apropiarse del público como futuros votantes.

Ahora bien, no todos los espacios, en la enorme viña del Señor que ha resultado el medio jaranero, se prestan a todo. El Festival del Tesechoacán ha pretendido construirse de forma distinta al dictum actual del gobierno estatal que subordina las manifestaciones culturales a su instrumentación turística. Lo cual no significa que sus patrocinadores, ayuntamiento incluido, no perciban el potencial económico que bien cuidado, eso sí, el festival conlleva.

Pero por lo pronto los organizadores han decidido prescindir del apoyo del gobierno estatal:
“Ellos están más interesados en el turismo y su derrama económica, y la tradición se les ha vuelto una manera de hacer varo promocionando la imagen estereotipada del jarocho, pero organizando festivales de salsa. Esa ha sido siempre su tónica y la neta, ya ni los pelamos."

Es preocupante que la autogestión a la que se ven obligados muchos creadores (para no tener que ceder ante lo fundamental o porque de plano no hay ni la intención de apoyo) devenga en la aceptación de la inacción gubernamental, en el ya conocido "no les pido porque ya sé que no me van a dar".

La agenda gubernamental no puede ser manejada como si se tratara de una agencia de contrataciones, como si su función fuese ser el gran productor de espectáculos. Y los creadores no pueden terminar aceptando que las instituciones no sirven para nada.

Es necesario reflexionar sobre las tensiones existentes entre instituciones y creadores, sobre las utilizaciones que pueden ejercerse sobre las prácticas culturales en tiempos en que lo simbólico se juridiza y se coloca entre los párrafos de leyes sin reglamento, en tiempos en que el patrimonio puede ser valuado más que como un capital al que tenemos derecho, como un negocio cuya derrama no a todos les llega. La cultura no siempre es de quien la trabaja...

27 de junio de 2011

Intermedio



El pasado 12 de junio se llevó a cabo, en varias ciudades de México y Latinoamerica, la llamada "Marcha de las putas". En Xalapa también se visibilizaron las demandas que se encuentran en la base de este movimiento.

Si hablamos de la circulación de contenidos culturales en Xalapa, tema de nuestros últimos post, tenemos también que hablar sobre cómo se manifiestan, se significan, los diversos grupos sociales en búsqueda de sus derechos.

Nos encontramos con un video del sitio web http://www.eldemocrata.com.mx donde dan cuenta de la pequeña pero aguerrida manifestación que se organizó en los bajos del Parque Juárez en sintonía con este movimiento.

Observando el video podemos reflexionar sobre varias esquinas del asunto: el eco de esa causa en esta capital, la convocatoria que puede tener y la forma de abordar el "no" a la violencia de género, estando las dinámicas generales de la violencia a lo bruto tan aceleradas de un tiempo a la fecha...

20 de junio de 2011

Jazz en Xalapa

Vamos a cerrar nuestro ciclo sobre la oferta (y la demanda) cultural de la capital estatal con la mirada de Laura Haddad sobre la dicotomía Xalapa / Jazz.

Laura, además de melómana (aunque acota ella el jazz no es su fuerte) es periodista y ha sido reportera cultural en los Diarios Az Xalapa y Veracruz, Noreste de Poza Rica y actualmente en Imagen de Veracruz. Hoy igualmente es colaboradora en la estación de radio por internet “Radiover”, con la producción del programa “En cortos y en letras”.


___________________________________________________

Jazz en Xalapa
Laura Haddad

Hablar de Jazz en Xalapa es hablar de una tradición. Quienes conocen del tema afirman que tal tradición inició por los años setentas y con la participación de la Universidad Veracruzana (UV), que, a través de su alumnado, comenzó a realizar los primeros conciertos de la ciudad en espacios como el Teatro del Estado o los patios de algunas de sus facultades.

Al hablar de esta tradición del jazz en Xalapa se citan nombres como el de Guillermo Cuevas, para luego referirse al trabajo que en años recientes Edgar Dorantes lleva a cabo con JazzUV (otra vez con la participación directa de la UV).

Este texto no pretende describir o resumir la “tradición xalapeña del jazz”, sino hacer mención de la falta de espacios adecuados para el mismo, tanto en su difusión como para su disfrute, desde la perspectiva de una persona (y xalapeña) que gusta de este género, aunque quizás no sea la más experta en el tema.

En 2010, a través de la columna Intri-Gatas, publicada en el diario La Jornada Veracruz, expuse sobre la necesidad de una buena infraestructura para dar cabida a las actividades de Festivales Culturales de carácter “internacional”, que algunas instituciones y grupos independientes de la ciudad organizan en Xalapa. Entre estos Festivales -cuya continuidad y público fiel los avala, pese a no contar con el apoyo económico ni publicitario con el que sí cuenta “Cumbre Tajín”- se encuentra el Festival JazzUV.

Hay que recordar también el JazzFest, cuyo principal organizador y promotor es Javier Flores Mávil. Si bien en años recientes ha tenido como sedes otras ciudades, es en Xalapa donde se han llevado a cabo la mayor parte de emisiones del festival.

En el texto escrito para el espacio Intri-Gatas comenté que en el caso de los festivales musicales, mucho ha deslucido la participación de invitados especiales ante la falta de un buen foro para sus conciertos, dando pie a anécdotas que ya han quedado para la posteridad de quienes las atestiguaron: un micrófono que nunca sirvió e interrumpió la actuación de Eddie Gomez o los rumores de la suspensión, minutos previos al inicio del concierto que Jack DeJohnette brindó el pasado Festival JazzUV, debido a fallas en el audio; ambos incidentes causados por las pésimas condiciones de Teatro del Estado, en su Sala Grande, ahora llamada “Emilio Carballido” (y quizá, si Don Emilio viviera, no estaría muy contento de que su nombre lo lleve un recinto en mal estado, en lugar de un Teatro exclusivo para las artes escénicas de Veracruz, como más de alguna vez manifestó como necesario para la vida cultural xalapeña y veracruzana).

Además de lo anterior, los organizadores de tales festivales también han tenido que solucionar la carencia de escenarios mayormente adecuados para realizar las llamadas “Jam sessions”, con la colaboración de empresarios dueños de restaurantes, bares y cafés donde los artistas pueden convivir con su público de manera cercana y casi íntima.

En el pasado Festival JazzUV, en la prensa local se publicó la queja de un vecino de la calle de Allende, inconforme porque las sesiones de Jam, que se realizaron en al terraza de un café en dicha calle, iniciaban en la noche y culminaban en la madrugada.
Más de un xalapeño amante del jazz ha expresado que esta música ya se merece un espacio exclusivo y digno para ella, sus músicos y seguidores, en esta ciudad.

El jazz en Xalapa adolece de lo mismo que otros estilos de música: la falta de un espacio adecuado para que sus asiduos disfruten, conozcan y aprendan de él. En Xalapa roqueros, metaleros, dj’s, darketos, skatos, percusionistas, danzoneros, soneros y jazzeros, entre otros, peregrinan de antro en antro, café en café, restaurante en restaurante, plaza en plaza, calle en calle, callejón en callejón para disfrutar de su música y baile. Si bien la música y baile se puede gestar donde quiera y en el momento menos pensado, si se piensa en ambas no solo como divertimento, sino como parte de la dinámica y “oferta cultural” de cualquier ciudad, los foros son requeridos. Y más aún para los grupos independientes, ya que los institucionales siempre contarán con un espacio, adecuado o no.

Desde la gestión y las políticas culturales, la llamada “Atenas Veracruzana” no solo carece de foros, sino también requiere de una adecuada habilitación y rehabilitación de los ya existentes para programar conciertos, espectáculos dancísticos y puestas teatrales. ¿Cuántas veces la gente de teatro no se ha quejado de la falta de un escenario en la ciudad para las muchas obras que se montan anualmente?

Así pues, asegurar que Xalapa merece un recinto para el jazz, su difusión y disfrute, es una sentencia que aplica a casi todas las manifestaciones escénicas que existen en la capital veracruzana y una necesidad que se repite en cada ciudad del estado, donde sus propias manifestaciones están urgidas de espacios adecuados para preservarlas y gozarlas.

13 de junio de 2011

Intermedio


Fotografía: cortesía de Abel Zavala

Para algunos, la señora, vendedora de flores, es la estampa colorida y pintoresca que buscan para la foto de México. Y como ella todas aquellas señoras de porte de reinas y trenzas cuidadosamente peinadas que ofrecen sus mercancías arregladas con gusto y esmero: pequeñas pirámides de mandarinas, torres de tlacoyos, canastitas de huitlacoche, ramos de flores. Para otros, las señoras dan “mala imagen” a las ciudades: esa la razón alegada en Xalapa, hace algunas semanas, por los inspectores del Ayuntamiento que desalojaron y despojaron a las marchantas del mercado de la Rotonda bajo el pretexto de un supuesto programa Xalapa bella. Ante la indignación de la sociedad civil, y ante el hecho de que el actor Damián Alcázar la increpó en Twitter sobre el asunto, la alcaldesa de Xalapa, Elizabeth Morales, negó haber afirmado nunca jamás que las señoras dan mala imagen y afirmó su desconocimiento de la actuación de los inspectores –y también, evidentemente, de la de los líderes de ambulantes, quienes pasan cobrando un arbitrario “derecho de piso” de 50 pesos diarios, según les han platicado las mismas señoras a ciudadanos que se han preocupado por ir a recoger su testimonio.

¿Quién da mala imagen de Xalapa? Nos inclinamos a pensar que un Ayuntamiento que da prueba de conductas abusivas o, en el mejor de los casos, de negligente ignorancia. El mismo Ayuntamiento que no se preocupa por poner botes de basura en las calles o por resolver los demenciales problemas de tráfico que afean –y apestan– el centro de la ciudad. Las mismas autoridades quienes, en lugar de garantizar el sustento de las personas mayores más desprotegidas, las acosan en su digno trabajo y las obligan a andar arrastrando una cubeta para ofrecer sus productos, por miedo a que un inspector les incaute sus lindos y coquetos puestos.

6 de junio de 2011

La Odisea Xalapeña

Siguiendo nuestra muy subjetiva radiografía de la vida en esa extraña frontera cultural que es Xalapa -espejo y horizonte- Xóchitl Salinas nos narra lo que es vivir en busca del libro perdido: de la nostalgia de habitar una ciudad que se pensaba era un oasis de oferta cultural en provincia, a topar con el estante vacío y el librero que cree que los escritores no se reproducen desde el porfiriato...

Xochitl es comunicóloga, investigadora y promotora de la lectura y la creación literaria.

_________________________________________________
La Odisea Xalapeña
Xóchitl Salinas Martínez


“Fui a Xalapa como quien va a Comala. Fui a Xalapa porque me dijeron que ahí se andaba quedando a vivir Sergio Pitol.” (Enrique Vila- Matas, "Lejos de Veracruz" )


La construcción
La ciudad de Xalapa ha sido conocida desde hace mucho tiempo como un lugar en donde se tiene acceso al arte y la literatura. Como sabemos, debe el título de La Atenas Veracruzana al haber sido el lugar en el cual se gestaron diversos movimientos culturales importantes no sólo para el país sino también para el mundo. Ha sido la cuna y/o residencia de intelectuales renombrados* de diversa índole, además de una buena opción para quienes están interesados en estudiar gran variedad de licenciaturas y posgrados en distintas áreas. La Capital del Estado permite, asimismo, tener al alcance bibliotecas, librerías, teatros, cines, galerías, museos, festivales, ferias de libros, cafeterías, parques, entre otros lugares en donde de manera constante, por años, se han llevado a cabo actividades recreativas.

El derrumbe
Es bien sabido que todo cambia y Xalapa no es la excepción, desde hace poco tiempo, todo lo que logró consolidar su fama de ciudad cultural se ha visto menoscabada. Muchos de los sitios destinados al acceso y disfrute de la cultura han sido cerrados o desplazados, las carteleras reducidas a las ofertas comerciales y las novedades literarias puestas a un lado por los best sellers.

Hasta hace unos pocos años atrás era común escuchar, entre los xalapeños, el haber dado un recorrido por las librerías de la ciudad y toparse con uno de esos denominados “inconseguibles”. Escuchar, dentro de alguna conversación en las cafeterías, el disfrute de leer escritores “raros” o poco conocidos en el país, sumado al goce del acceso a las primicias editoriales nacionales y extranjeras.

Así como ya no llueve todos los días en estos lares y el calor aumenta de manera considerable, el panorama literario también ha cambiado diametralmente. A tan corto tiempo la distancia es enorme. El proceso de poder conseguir un libro en los lugares en que se debería poder hacer como algo bastante sencillo se ha transformado poco menos que en una misión imposible, en donde un “no lo tenemos” se ha vuelto más común que el tenerlo a disposición. El problema es tal que, incluso, se puede encontrar un título primero en los aparadores de las grandes cadenas departamentales que en las librerías.

Es más, la situación es tan grave y constante, al grado de no sólo reconocer la falta de ejemplares, sino, hasta de negar la existencia del mismo escritor, -acusar al cliente de desconocimiento u equivoco-, cuando afuera del lugar y por varias partes de la ciudad ese muestre la cara de éste impresa en carteles anunciando su inminente llegada a la ciudad. Se ha llegado al punto de llevar a cabo presentaciones de libro en las cuales el ejemplar en cuestión “brilla por su ausencia” debido a que los encargados de traerlos para su venta reportan simplemente que “no llegaron”.

Varias veces he tenido la experiencia de alguna de estas odiseas personales, como en septiembre del año pasado, cuando recorrí, una a una, todas las librerías buscando Necrópolis de Santiago Gamboa. En todas, sin diferencia alguna, obtuve como respuesta “no lo tenemos”; sin embargo, en una en particular, el encargado se atrevió a decirme que me equivocaba, que el escritor se llamaba Federico y no Santiago, puesto que Santiago Gamboa no existía, mientras que el primero era el autor de Santa.

Ante mi insistencia en el nombre, no sólo se enojó sino que pensaba “demostrarme” mi error e ignorancia; a lo que yo, como respuesta, lo invité a salir y le mostré un cartel que tenía una foto de Santiago anunciando un curso que duraría varias semanas en la Facultad de Letras de la UV. Se ruborizó. Como remate, saqué mi calendario de actividades de la FILU para que viera con sus propios ojos como los escritores “inexistentes” también presentan sus libros ahí. Por cierto, llegando la fecha en cuestión, se presentó el libro antes referido, sin que hubiera ejemplares a la venta, percatándome de las pocas personas que contábamos con el ejemplar, me dediqué a preguntarles como lo habían obtenido y coincidió que todos lo conseguimos en la ciudad de México.

Memoria del esplendor
A pesar del panorama, no todo está perdido. Se puede reformular de nuevo la situación y volver a generar oportunidades para que los Xalapeños cuenten nuevamente con una amplia gama de posibilidades para su esparcimiento. Retomar los espacios existentes, utilizar escenarios para invitar a escritores, volver de verdad internacional la feria del libro universitario, acudir a las librerías para pedir que traigan materiales interesantes, poder contar de nuevo con las primicias editoriales y volver a gestar ese ambiente por la que la ciudad es conocida hasta la actualidad como La Atenas Veracruzana.

*Destaca el escritor Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005, quién actualmente vive en Xalapa y en cuya obra recrea dentro de su universo literario a la ciudad.

30 de mayo de 2011

Intermedio

El pasado 9 de mayo falleció en la Ciudad de México la artista visual veracruzana Estrella Carmona. Tenía 49 años de edad.

Queremos acordarnos de ella con uno de sus trabajos: la serie Del espíritu de las máquinas, animación realizada entre 1995 y 1996 con el apoyo del FONCA.

Incluimos también una entrevista que le realiza a propósito el programa Galería Plástica de Canal22, y trasmitida en 1996, sobre la semilla de su trabajo, de la interpretación de imágenes novohispanas a su yuxtaposición con la industrialización y la guerra en esta creación dedicada a Karel Capek, sus robots y su fábrica del absoluto.

Estrella estará soñando...











23 de mayo de 2011

El teatrero transdisciplinario o la complejidad de la escasez

Siguiendo la línea que trazó Caterina Camastra en el post anterior sobre Xalapa como espacio de producción cultural, seguimos horadando la fachada de este tal vez Partenón de cartón-piedra, cueva paradigmática de la "cultura" en provincia, o quizá reducto promisorio de creadores que han aprendido a ver con ojos robustos lo complejo...

Paloma Ávalos, creadora escénica, investigadora y profesora de la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana, nos ofrece una mirada desde el interior de un gremio obstinado y emblemático de la ciudad, los teatreros: del trabajo en la precariedad al cuasi-nobiliario título de artistas multidisciplinarios (por necesidad) el teatrero xalapeño dora sus blasones y ensaya sostenerse en el aire.


___________________________________________________________________
El teatrero transdisciplinario o la complejidad de la escasez
Paloma Ávalos

No hace mucho, la complejidad, o más bien la certidumbre de ser complejos, llegó a nuestra vidas. Bastó que señores como Morin, Nicolescu o Luhmann abrieran la boca para que a los ojos de muchos se diera por sentado, en el horizonte de altos vuelos intelectuales, lo que la realidad ya había sentado como invitado familiar a nuestra mesa de todos los días: que nuestra interacción con ella es siempre una cita a ciegas. Quizá por eso, cada vez que intentamos comprenderla, nos abofetea con su incomprensibilidad (aunque bien visto, sin este juego del gato-ratón, nuestro romance con ella no resultaría tan sabroso).

Pues bien, como suele pasar con los encuadramientos certeros con que se intenta discernir la realidad, los conceptos emanados de la teoría de la complejidad se volvieron tan famosos y perseguidos como Justin Bieber en un centro comercial. Y como pasa con todos los famosos, de ellos sólo se tiene la imagen superficial que, parafraseando a Platón, alcanzamos a percibir encerrados en la cueva televisiva. Aunque los conceptos de la complejidad se reservan su vida privada para dejar ver tan sólo su figura fútil, miles de clubes de fans se abren para venerarlos.

La excepción no son los honorablemente llamados teatreros; entre algunos sectores ha cundido el impacto del “star system” de la complejidad para definir su identidad artística. Algunos se conducen con fundamento y, sin duda, conocen y ejercen de la complejidad mucho más que los dimes y diretes diseminados por los rumores. Sin embargo, otros proceden, en un mero plano intuitivo, a nombrarse artista transdisciplinario con la evidencia de haber hallado la conceptualización de un anhelo creativo que mucho tiempo atrás les rondaba la mente, tan sólo porque se dan cuenta, en este preciso momento en que la palabrita complejo suena tanto, de lo que ya hace varios siglos un tal Aristóteles había implicado: el teatro también poseía un ingrediente de espectáculo. Más de ellos siguen su camino con la convicción de que, por fin, el cielo los ha escuchado y alguien se ha atrevido a legitimar las características de su forma de creación, desarrollando la hueca satisfacción de haber descubierto el hilo negro antes que los sabios filósofos. Existen quienes se lanzan a transdisciplinar sus proyectos creativos únicamente porque está “in”, lo que les garantiza un status sobrenatural sobre el resto de los mortales. Además están los que buscan el abrigo de la complejidad para abatir la incertidumbre de no saber para qué tiznados sirve el arte y para acallar la angustia ante la pregunta de si el teatro tendrá alguna presencia entre quienes difunden el slogan sobre la existencia de un mundo “globalizado y neoliberal”.

A pesar de la diversidad de intereses, detrás de algunas de las modalidades de los teatreros que enarbolan con orgullo la insignia de su ser complejo, y su factibilidad de quehacer transdisciplinario, surge una cuestión común: la búsqueda de la sobrevivencia en un medio de producción artística cuya pauta es la escasez. Cabría preguntarse si, en gran parte de estas manifestaciones, la investidura de complejo o su identificación con lo transdisciplinario es sólo una consecuencia de la necesidad que tiene el teatrero para producir y difundir su arte, más que una postura ideológica o estética con que enfrenta el proceso de la obra artística. Para muchos, el dilema de la creación va más allá del encuentro con las tan socorridas musas inspiradoras porque deben enfrentarse a la falta de medios, estrategias, así como recursos humanos y materiales para producir, difundir y evaluar una obra escénica. En el mejor de los peores casos, la denominación de transdisciplinario resulta un modo diplomático con que el teatrero suele nombrar su situación cotidiana: como no hay “varo” para pagar a los especialistas, o siquiera a los cuates, el actor se enfrasca en las labores de gestión, producción, difusión, dramaturgia, mercadotecnia y los mil un etcéteras que constituyen el proceso de producción escénica.

El espíritu “mil-usos” que surge en el teatrero ante la inquietud de hacer teatro a costa de lo que sea, quiere legitimarse bajo el mote de quehacer complejo, como si con eso el creador pudiera sentir que supera el melodrama de artista neo-romántico con que define su vocación: “a mí que me saquen con los pies por delante, pero de un escenario”. De tal suerte que, en ocasiones, apodarse transdisciplinario resulta un modelo convincente para conseguir apoyos financieros o avales institucionales cuyo beneficio en el medio cultural resulta tan perdurable como el falso asfalto con que se tapa un bache en una carretera de tráfico pesado. Sin una reforma de fondo que compromete a varios agentes que van desde lo social hasta lo financiero, el teatrero está destinado a vagar entre los escollos de la escasez que impacta en no poseer los tres pesos para la producción, pero también en la afluencia de públicos.

Sin una cultura teatral, una vez que el chance para crear da de sí, el artista debe inventarse un nuevo proyecto creativo que cumpla con los paradigmas de ocasión, para ver si pega su chicle y logra de nuevo tener un poco de las circunstancias necesarias para la creación. Y esto sólo en el sentido financiero, porque es seguro que la formación o la creación de públicos, por poner un ejemplo, es un campo que requiere de mayores soluciones que la populista fórmula de dar pases gratis en la compra de dos cartones de cerveza. Por lo pronto, los artistas parecen querer salir de la escasez, verdadero paradigma al que les fuerza la realidad del estado de la cultura artística en nuestra región geográfica. Entre las complejidades de este gremio surgen algunos esfuerzos como la organización para el Festival del Día Mundial del Teatro, la Ley para el desarrollo cultural del Estado de Veracruz o el 1er Workshop Arte y Cultura de Veracruz, por mencionar algunos. Al menos así lo parece, aunque nunca se sabe; la compleja realidad quizá nos desengañe más adelante cuando deseosos de verla, fresca y oronda, en un seductor traje de noche llegue a nuestra cita a ciegas con mandil, tubos y la resaca de la noche anterior.

16 de mayo de 2011

Intermedio

Hace unos días, el Instituto Veracruzano de la Cultura, IVEC, publicó la Convocatoria a los Foros Regionales de cara a los 25 años de existencia de la institución.

Estos foros quieren constituir un espacio para repensar y revitalizar el Instituto. Iniciativa necesarísima, creemos nosotros, dado el contexto de decaimiento y "fuego amigo" que padece el IVEC desde hace ya cierto tiempo.



Esta convocatoria busca hacer eco sobre todo en la sociedad civil y la comunidad cultural. Toda la información relacionada, así como la ficha de registro para participantes, se encuentran en la página web del Instituto.

9 de mayo de 2011

La fachada del Partenón

Caterina Camastra se estrena en el Observatorio con una muy pertinente reflexión: ¿Qué tanto nos refugiamos en imágenes de cajón, idealizaciones cómodas, para eludir la discusión sobre la realidad de nuestros entornos? ¿Son nuestros espacios cotidianos los lugares de desarrollo y expansión de nuestros deseos, o sostenemos clichés que postergan la acción?

¿Nuestras expectativas culturales pueden ahí ser satisfechas?

________________________________________
La fachada del Partenón
Caterina Camastra


Nunca he ido a Atenas, Grecia. Los prejuicios que tengo acerca de la ciudad son encontrados. Por un lado, Atenas es para mí su acrópolis, las ruinas que se han vuelto estereotipo mundial de una vaga antigüedad griega, hasta volverse dibujo, escenario, telón de fondo para cualquier reproducción. A su vez esas ruinas son una puesta en escena del pasado, aunque despojada de su más lujosa utilería: los frisos del Partenón siguen en el British Museum, en disputa sin resolver desde los tiempos del entusiasmo británico por el saqueo erudito.

Por otro lado, me han contado que la Atenas moderna es una ciudad calurosa y caótica, aquejada de tráfico y contaminación, vital e inquieta. De ahí que la imagen mental que de inmediato conjuro ante el nombre “Atenas” es la de una suerte de delegación periférica de México, D.F., surcada de choferes malhumorados y dominada por un cerro inverosímil donde hasta la cumbre resalta la silueta del Partenón, de dimensiones oníricas, con una sospechosa textura de pantalla californiana, una blancura de letrero HOLLYWOOD. Una inmaculada diadema de pacotilla coronando a una ciudad de cemento que carece –así me han contado– de más adornos.

Por otra parte, sí conozco otra Atenas, la “Atenas veracruzana”, es decir Xalapa bajo su apodo oficial. La capital cultural del estado, sede de su renombrada universidad pública, hogar de un importante museo de antropología, ciudad de bibliotecas, teatros, galerías, festivales charlas y ferias del libro, espectáculos diversos, talleres, tertulias públicas y privadas, cafés y antros de variada índole y clientela. Un apodo que seguramente no quiere hacer referencia al tráfico o al cemento de la Atenas actual, porque el otro apodo oficial de Xalapa es “la ciudad de las flores”. A diferencia de Atenas, de Xalapa se cuenta que es bonita, y es cierto. No ostenta acrópolis ni Partenón, pero atesora un sinnúmero de alturas con relativos miradores y vistas espectaculares, como la sorpresa del Pico de Orizaba en la mañana, blanco con rosa, en cualquier bajadita de la avenida Orizaba a Ruiz Cortínez. O la terraza de la cafetería del Ágora –así se llama y supongo que con toda intención ateniense, siendo un centro cultural de patrocinio público. O los entrañables remansos empedrados como el callejón de Rojas, el del Infiernillo, la placita de Xallitic, la Sexta de Juárez, Jesús Te Ampare que sube a la iglesia de San José, de cúpulas regordetas como duraznos con crema arriba de un pastel. Y los árboles y las flores que, efectivamente, tupen el paisaje a la menor provocación.

Amén de su atractivo turístico o su mítica vida cultural, la Atenas veracruzana y la Atenas de Grecia se me figuran ambas como pantallas arriba de un cerro, representaciones idealizadas, fachadas del Partenón. Todo el centro de Xalapa, pequeño en fin, es su acrópolis: más allá de sus linderos se extiende una ciudad algo menos idílica, una Atenas moderna aquejada por las desventajas del caso –algunas comunes a las más de las Estridentópolis contemporáneas, otras propias de la orografía, la historia, la economía y demás contingencias locales. Así, conforme se aleja uno del centro, en especial rumbo a ciertas colonias, va desapareciendo la acrópolis punteada de jardines y surcada de callejones, para llegar a los barrios en que cada temporada de lluvia se repite el desastre de los derrumbes de calles y casas. Primero algunos detalles, como los botes de la basura (trate usted de encontrar uno fuera de las tres cuadras de Enríquez y Juárez entre Carrillo Puerto y Clavijero), luego se van perdiendo los lindos toques de arquitectura urbana pública, hasta que se impone una generalizada falta, una escasez visible e invisible: de alumbrado en forma, de pavimentación, de drenaje, por no hablar de algo tan extravagante como los espacios públicos para el disfrute de la cultura.

La Atenas veracruzana va pareciéndose más, al fin y al cabo, a la caótica Atenas actual que al mítico esplendor de una abstracta antigüedad griega. En la acrópolis de Atenas no pasan coches, por ejemplo, mientras que el centro de Xalapa se encuentra invadido por un tráfico más y más congestionado. Entre las brumas de la contaminación más que del mito, el lindo centro de la ciudad de las flores se desdobla, a su vez, entre paramentos embellecidos e interiores, si no derruidos, algo problemáticos. En esta serie de textos nos proponemos justamente mirar atrás de la fachada del Partenón, adentro de nuestras experiencias como productoras/consumidoras de cultura. Desde el punto de vista de habitantes de esta ciudad por libre y amorosa elección, ya sea que aquí hayamos nacido o hayamos llegado por variadas circunstancias.

Compartiremos la mirada entre bambalinas del miembro de un gremio especialmente presente y pertinaz en Xalapa –los teatreros–, quien reflexiona acerca de lo “multidisciplinario” como fachada academizante de la escasez. Nos embarcaremos en la odisea de la lectora frustrada que navega de librería en librería en búsqueda del autor inexistente, curiosa condición que parece afectar a escritores, para colmo, vivientes –ni que se tratara de una ciudad invisible en lugar de la Atenas veracruzana. Sabremos de los avatares de la tradición de los conciertos de jazz, en peregrina búsqueda de foros adecuados, por el relato de una atenta periodista que gusta tanto del jazz como de la ciudad.

Desprovista de edificio, la fachada del Partenón puede volverse el más banal y chabacano: recuerdo la imagen de la fachada blanca realzada por neones de colores de un antro en Boca del Río, con tímpano triangular, columnas de rigor y bajorrelieves de péplum. El lugar se llamaba, justamente, Atenas. Otra Atenas veracruzana, ironía involuntaria de la realidad inocente frente a las grandilocuentes intenciones de los apodos oficiales. Más allá de ellos, detrás de la fachada, esta serie de textos quiere contribuir a la reflexión acerca de los espacios y cauces que queremos en la ciudad de las flores (apodo que personalmente prefiero: más gentil y ligero) para la cultura y su disfrute, así como a las maneras y herramientas de que disponemos para tratar de traducir la visión en acción (véase la discusión acerca de la necesidad de reglamentos para la Ley para el Desarrollo Cultural del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, promovida en este mismo Observatorio).

2 de mayo de 2011

Intermedio

El jueves 28 de abril pasado murió Loló Navarro en el Puerto de Veracruz. Educadora, promotora, actriz y directora, Loló nació en Guadalajara pero muy tempranamente se radicó en Veracruz. Pese a sus numerosos trabajos en cine y televisión, fue el personaje de Nana Goya aparecido en un comercial de servicios bancarios el que le dió su más alta visibilidad.

Era fácil encontrarla en los actos culturales del Puerto, caminando por las calles del Centro. Y no obstante el reconocimiento, medallas, premios que logró a lo largo de los años, y los lazos de trabajo que estableció con las administraciones municipales y estatales, sus últimos tiempos fueron difíciles, acotada su situación económica.

Que le sea eterno el aplauso.