Desde la fundación del Observatorio, ha sido de nuestro interés el reflexionar sobre la promoción cultural operada desde las instituciones, por lo que en relación al Estado y su visión de lo que debe de ser la cultura significa. El tema de los festivales en Veracruz no es inédito en el Observatorio, pero en esta ocasión Christian Rinaudo pone el énfasis en la festivalización como fenómeno de marketing político.
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Desde hace más de cincuenta años, los grandes festivales populares forman parte de la producción y de la oferta cultural de los países industrializados. Cuando en 1947 Jean Vilar organiza el primer Festival de Avignon, en el sur de Francia, la idea era conquistar un público joven, nuevo, atento, y proponer un teatro distinto a los que se realizaban en el París de aquel entonces. Sucedió lo mismo en el mundo de la música con la creación del Festival de Aix-en-Provence en 1948, y en México con los inicios del Festival Internacional Cervantino en 1972.
Así, en sus principios los festivales fueron marcados por las ideas de la educación popular descentralizada, de la patrimonialización de los espacios de cultura y de la atracción de las ciudades organizadoras: constituían proyectos de formación de un público que no tenía la posibilidad de acceder a una educación de gran calidad a través del fomento de la enseñanza cultural (música, teatro, danza, cine…); a la vez que contribuyeron al rescate y a la puesta en escena de un gran número de plazas públicas, patios, iglesias, conventos, centros históricos en adelante asociados a la cultura y en algunos de los casos reconocidos como patrimonio mundial de la humanidad (en México se puede mencionar el Festival de México en el Centro Histórico iniciado en 1985 o el Festival Internacional de Morelia fundado en 1989); por fin, cada vez más, la creación de festivales internacionales son impulsados por las administraciones locales dado que contribuyen a crear un conjunto de imágenes para promocionar a los estados y municipios anfitriones (1).
Resulta notable que al interior de las políticas culturales, con la transformación de la cultura vista en un principio como “cultura-educación”, los festivales, cada vez más numerosos, se han convertido en un instrumento de diversión y de distracción, y por consiguiente en una “cultura-espectáculo”, lo cual fue señalado por numerosos analistas como una tendencia general de la evolución de las políticas públicas en las democracias neoliberales, en nombre de la democratización cultural.
En la ciudad de Veracruz, la creación de festivales fue una de las herramientas usadas por las administraciones estatales y municipales para poner en marcha una política cultural descentralizada. A finales de los años ochenta, con la creación del Instituto Veracruzano de la Cultura, la reflexión académica sobre el Caribe y su herencia africana (2) dio lugar a la creación del Festival Internacional Afrocaribeño en 1994, luego a la organización del Festival de Son Montuno entre 1996 y 2001, y a la fundación del Festival Internacional Agustín Lara en 1999 con sede en Xalapa, Tlacotalpan y Veracruz. Junto con estos festivales se organizaron otros eventos tales como cursos de danza y percusiones afrocubanas, talleres de salsa, son y danzón, mesas redondas, conferencias, conciertos y exposiciones.
Diseñado como un espacio de encuentro entre intelectuales y artistas, entre reflexiones académicas y manifestaciones populares, el Festival Internacional Afrocaribeño fue, en un principio, fomentado como “una de las promesas ‘festivaleras’ del país” (3); pero en poco tiempo se volvió rutina, los promotores culturales se desmotivaron pues no eran más que ejecutores de decisiones dictadas por el poder político. A tal punto que en el 2007, las personas encargadas de la programación y de la difusión del festival no supieron sino hasta el último momento que éste no se llevaría a cabo. También a tal punto que en el 2008, aunque este festival parecía estar definitivamente enterrado, la decisión de “resucitarlo” llegó, y en menos de tres semanas se improvisó un programa y se contrataron grupos.
A lo anterior, le podemos añadir otros dos aspectos para comprender la evolución de la política festivalera. El primero es el que consiste en concebir la cultura como un instrumento de marketing turístico y que se inscribe en una visión de la cultura como entretenimiento. Desde este punto de vista, los festivales ocupan un lugar cada vez más importante en las políticas culturales —en este se puede hablar de festivalización de la cultura—, tanto a nivel nacional como local. Con esto, se cumple, entre otros, con el objetivo de propiciar el gozo y la recreación de los espectadores (4), bajo la condición de que su programación no sea demasiado fina y profunda, permitiendo así “jalar” a numerosos visitantes.
El segundo elemento consiste en hacer de la cultura un instrumento de marketing político. En este sentido, el público al cual se dirigen los festivales no es tanto al turista (con el gran pesar de restauranteros y hoteleros de la ciudad) (5), sino más bien al elector atraído por los grandes espectáculos de entretenimiento completamente gratuitos y completamente pintados con los colores del partido en el poder. Por ejemplo, el verano del 2008, fue particularmente rico en espectáculos de entretenimiento gratuitos y en marketing político: primero con el Festival Afrocaribeño, organizado del 10 al 15 de junio, con carteles gigantes en la ciudad y un escenario monumental en la macroplaza del Malecón con su fondo rojo; luego el Primer Festival Cultural, Gastronómico y Musical BocaFest 2008, del 4 al 27 de julio en Boca del Río, con carteles y escenarios azules; y a manera de contrarrestar éste último, se organiza unos días más tarde en Veracruz, el Primer Festival Cultura, Fiesta y Tradición 2008 VeraVer, del 31 de julio al 2 de agosto de 2008 (y nuevamente carteles y escenarios gigantes con su fondo rojo). Como bien lo señalaba un periodista: “Los festivales culturales veracruzanos no son aptos para daltónicos” (6). Y la selección de la programación depende menos de la coherencia de un proyecto cultural que de la diversidad sociológica de los electores a quien se dirige: reguetón para los jóvenes, danzón para los viejos, son jarocho para el folclor local, chunchaca para todos… y “lo afro” para el exotismo.
Como lo hemos señalado, esta festivalización de la cultura no es lo propio de Veracruz, lo que le corresponde, y forma parte de la transformación de las políticas culturales en la globalización neoliberal. Sin embargo, no es tan utópico pensar que los grandes festivales tendrían que ser más independientes de las administraciones políticas, y más dispuestos a proponer una educación popular de calidad capaz de conquistar nuevos públicos exigentes y críticos, así como de fomentar nuevas corrientes artísticas.
(1)Véase el post del 14 de enero de 2008: Políticas culturales o marketing territorial y político desde la cultura.
(2)Véase el post del 29 de marzo de 2010: Música popular, africanidad y Caribe.
(3)Ver el post del 30 de junio de 2008: La promoción cultural en Veracruz. El Afrocaribeño.
(4)Ver el post del 31 de diciembre de 2007: El peso excesivo de la difusión artística en las políticas culturales.
(5)Así, al momento de la decisión de “resucitar” el Festival Afrocaribeño en junio del 2008, restauranteros y hoteleros de la ciudad señalaron en la prensa que este tipo de eventos sin ninguna continuidad ni calendario preciso e improvisado en el último minuto, no sirve de nada al desarrollo del turismo en Veracruz (Notiver, 13 de junio del 2008).
(6)Sergio Raúl López, “Veracruz vs Boca. Del Afrocaribeño al BocaFest”, Performance, 4 de agosto de 2008.
4 comentarios:
Muy buen texto. Los invito a seguir @_festivales en twitter donde ya compartimos el link del post
Muy bien dicho/narrado.
Es asi por todas partes...
Nos escribe Jaz Aquino:
"Totalmente de acuerdo, la cultura y sus formas de expresión se han visto reducidas por las políticas públicas a la presentación de festivales donde la tradición es tomada por folklore, la exhibición de lo étnico como la exageración de lo indio, o por su parte la degustación multicolor de elementos cuyas procedencias, formas de establecimiento y prevalencia social no son bien definidos; no obstante se erigen comités de autenticidad para definir lo que es auténtico para presentarse en festivales que son anunciados como muestra de tradición de la cultura mexicana."
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